Todo es una perla brillante, incluso el antro del demonio de la montaña negra
(Dogén)
 
 
 

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ELIE WIESEL Y EL IMPOSIBLE OLVIDO

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Fco. Javier Avilés Jiménez

Una vida al servicio de la memoria

El 16 de Mayo de 1944, la familia Wiesel, como otras tantas familias judías, es embarcada en un tren rumbo al campo de concentración de Birkenau. Es la primera parada, luego vienen Auschwitz y Buchenwald. Es noche cerrada, tinieblas exteriores a las que son arrojadas, junto a tantos judíos asesinados o supervivientes, nuestras entrañas de humanidad, nuestro manantial de profunda compasión. La noche (1956 - 1958), así se titula la novela (parte de una trilogía) que más fama le dio a Elie Wiesel. Pero antes de ese día de profunda e interminable noche, hubo otros: la victoria nazi, la llegada de los alemanes, el internamiento en un getto. Y mucho antes, la expulsión de España, la persecución en toda Europa. En Buchenwald murió el padre, atrás habían quedado desaparecidas, ya para siempre, la madre y una hermana pequeña, enterrados en el cielo, donde se dispersarían sus cenizas, lanzadas por las altas chimeneas de los crematorios. Sí, es preciso recordar...

Elie Wiesel ha dedicado toda su vida a rememorar. Una lucha contra el olvido, como la última, y tal vez la más injusta, muerte de los inocentes. Y pone al servicio de esa empresa, en honor y justicia de los sepultados por la sombra de la crueldad y la deshumanización, su habilidad narrativa. Como fiel hijo de la cultura judía y de su educación rabínica (su abuelo materno era rabino), ama los relatos y sabe narrar la propia vida y la vida que se hace universal por mediación de los cuentos, parábolas y leyendas. Nació en 1929, en Sighet, Transilvania. Educado en las tradiciones judías: la Escritura y el Talmud, las celebraciones festivas y el clima místico hasídico. Tuvo también - según nos cuenta en la primera entrega de sus memorias, que llegan hasta 1969 [Todos los torrentes van a la mar, Madrid 1996] - su iniciación ardiente en la cábala. Tras la liberación del campo de Buchenwald (él resalta que se liberaron los propios prisioneros antes de la entrada de los aliados) en 1945, va a Francia, donde completará su formación intelectual dentro de la tradición judía, pero también en los campos de la literatura y la filosofía. Con la ayuda de François Mauriac consigue publicar en francés su primera novela: La noche, en la que comienza a narrar la tormenta del holocausto.

Se dedicará al periodismo y, desde ese puesto de observación, seguirá de cerca el establecimiento del estado de Israel y la vida política y cultural de su tiempo. Su dedicación al recuerdo de lo que él llama, el acontecimiento, y su propuesta para que tal recuerdo sea una invitación, una exigencia de convivencia tolerante, le valdrá la concesión de premio Nobel de la Paz en 1986.

Wiesel nos cuenta su vida, a retazos en toda su obra narrativa, y de forma continuada en su autobiografía. Pero su verdadero argumento es la vida de su pueblo, la historia de un éxodo inacabable, y el testimonio de su alianza con Dios a pesar del destierro. Su formación judía, desde la siempre atractiva y misteriosa Cábala hasta el obligatorio Talmud, le permite ser exponente de la historia intelectual y espiritual de una parte de su pueblo: el judaísmo centroeuropeo. Por otro lado, su profesión de periodista le capacitan como observador del nacimiento y desarrollo del moderno Estado de Israel. Y su fe, hecha duda y búsqueda, que nunca negación o indiferencia, llena su ejercicio re-memorativo de profundidad espiritual y pesquisa creyente. Todo se conjunta para que podamos afirmar que es la suya, una obra de teología narrativa, en la que el primer y constante razonamiento no es otro que la propia vida del autor. Una vida que Wiesel ilumina desde la mística hasídica: La mística revela la existencia de una realidad distinta de la que está en la superficie, una realidad más profunda, eterna. El hasidismo quiere que los hombres se aproximen más unos a otros, para aproximarse más a Dios [METZ, J.B., WIESEL, E. Esperar a pesar de todo. Conversaciones con F. Schuster y R. Boschert-Kimmig, Madrid 1996].

El hasidismo

Un motivo al que Wiesel ha dedicado parte de su reflexión personal, vivida y escrita es el hasidismo [Celebración bíblica: relatos y leyendas del Antiguo testamento, Barcelona 1972; Contra la melancolía, Madrid 1996]. Aparte de su amor a la tradición de su pueblo, reverencia convertida en estudio y habilidad transmisora, el interés por el hasidismo revela su primordial preocupación por la memoria, el recuerdo vivificador. El hasidismo le ayuda a mantener vivo también un diálogo con Dios que, desde esa tenebrosa experiencia personal y nacional del holocausto, se ha vuelto pregunta dolorida, dramática requisitoria por los muertos, por las víctimas. El entusiasmo por la vida que brota de las historietas hasídicas, su afirmación de lo cotidiano como lugar de encuentro con Dios, la vivencia de la fraternidad y la compasión que fluyen desde las enseñanzas de los maestros, y su ilimitada confianza en Dios, le servirán para abrir un camino de afirmación de la fe acosada por el sinsentido del holocausto.

Las dos grandes corrientes del misticismo judío serían la cábala y el hasidismo. Pero en realidad, el movimiento hasídico es una forma de vivir y compartir con el pueblo la experiencia mística presente en la Cábala. El primer brote del hasidismo como tal corriente mística, aparece en la Alemania medieval y constituye, en opinión de Scholem, el hecho más decisivo de la judería alemana. Sus fundadores pertenecen a la familia de los Calónimos: Samuel el Hasid, que vivió a mediados del s. XII; su hijo, Yehudá el Hasid de Worms, que murió en 1217; el discípulo de éste, Eleazar ben Yehudá de Worms, que murió entre 1223 y 1232. Aunque el hasidismo medieval alemán solo se mantuvo durante un siglo (entre 1150 y 1250), su influencia seguirá viva en los judíos alemanes durante siglos. No hay una continuidad demostrable entre este movimiento y el hasidismo moderno, salvo en la voluntad de inspirar un comportamiento social que reflejara un fondo místico. Se trata en ambos casos de un moralismo místico, en el que la experiencia de encuentro con Dios se verifica en las actitudes cotidianas.

El hasidismo moderno sería la última etapa de la historia del misticismo judío. Se desarrolla en centroeuropa (Polonia, Ucrania) entre los siglos XVIII y XIX. Fundado por Israel Ba’al Shem Tov (el Besht, en acróstico), el maestro del Santo Nombre (+ 1760), recoge la tradición cabalística de la visión de Dios y la convierte en impulso renovador de la vida religiosa de la comunidad judía. Un gran aliciente de los textos hasídicos está en su carácter narrativo, emplean los aforismos y las parábolas para comunicar las enseñanzas de sus grandes maestros. Los cuentos hasídicos son un modo de transmitir una sabiduría nacida de una experiencia inefable; su anécdota, en su concreción y simplicidad, es cifra de una verdad insondable eternamente recreable. La principal originalidad del misticismo hasídico es su invitación a vivir el encuentro decisivo con Dios en la experiencia cotidiana y el compromiso ético fraternal.

Recordar para no morir, contar para vivir

Tanto en la obra narrativa como en su divulgación de la sabiduría hasídica, Elie Wiesel está ejercitando uno de los registros fundamentales de la fe bíblica: recordar para hacer presente la fuente de la vida. Incluso cuando ese recuerdo es tan dramático y desgarrador como en el caso del holocausto, la fe convierte las imágenes y los gritos de horror en oración de súplica, crítica y protesta al Dios de la vida, confesión de perplejidad. En esa tremenda incertidumbre, producida por la sin razón de la crueldad, el discurso sobre Dios se nubla hasta la impenetrabilidad. Sólo cabe hablarle a Dios desde una confianza que no elude la verdad. La fe entonces, no excluye, sino que comporta inevitablemente, el reconocimiento de que hay hechos incomprensibles, con Dios y sin Dios.

Esta fe abierta a la duda y al abandono de todo intento de justificación descubre otros caminos de afirmación de la divinidad que no cabe ni en el hacinamiento de los vagones en dirección hacia los crematorios, ni en los apretujamientos de las masas que huyen de la masacre en las fronteras entre Zaire y Ruanda. En la línea del hasidismo, Wiesel responde al silencio impuesto por la inexplicable experiencia del terror y el sufrimiento, con la apuesta por el valor de la sencillez y la generosidad: donde los hombres se aman y consuelan, allí está Dios. Pero sin intentar en ningún caso que estas vías de encuentro con Dios justifiquen, expliquen o den algún sentido al recuerdo imborrable y necesariamente repetido de la persecución. En el claroscuro de la madrugada, la lucha de Jacob con el ángel, le convierte en Israel.

BIBLIOGRAFÍA:
KÜNG, H. El judaísmo. Pasado, presente y futuro, Trotta, Madrid 1993.
METZ, J.B. - WIESEL, E. Esperar a pesar de todo. Trotta, 1993.
SCHOLEM, GERSHOM, Las grandes tendencias de la mística judía, Siruela, Madrid 1996.
WIESEL, E. Celebración bíblica: relatos y leyendas del Antiguo testamento, Barcelona 1972; La noche, el alba, el día, Muchnik, Barcelona 1987;Contra la melancolía, Madrid 1996; Todos los torrentes van a la mar, Muchnik, Madrid 1996.

 
 
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