Kike Sáez Palazón Sirvan estas líneas de subrayado a las últimas acciones en contra de
la ampliación del campo de tiro de Chinchilla y los juicios contra
insumisos (Perico Camacho, Fco. Jesús Genestal, y Juan González). Es
interesante profundizar en la aportación pacifista de algunas
tradiciones religiosas, en concreto en este caso, de extremo oriente,
el taoísmo. En este sentido, hablar de pacifismo desde un marco
religioso recuerda sin duda la figura de Mahatma Gandhi apóstol de la
ahimsa y partidario del movimiento sarvodaya , pero quizás sean menos
conocidas otras aportaciones, que tienen sobre todo como escenario a
China en vez de a la India. A pesar de las numerosas guerras, los
chinos siempre han sido un pueblo amante de la paz, así, hay
tradiciones confuncianas que propugnan el ideal de una sociedad
pacíficamente organizada. Igualmente, su historia ha conocido
movimientos revolucionarios de carácter semirreligioso inspirados en el
deseo de una gran paz universal (caso de los Turbantes amarillos a
finales de la dinastía Han o la GRAN PAZ a mediados del siglo XIX). Por
su cercanía, puede dar lugar a confusiones la concepción japonesa del
Shinto que preveía la instauración de una paz universal, a través de la
difusión de la religiosidad japonesa centrada en la figura del
emperador, pero como se ve, es otro planteamiento más político y
proclive al expansionismo imperialista. Profundizar en la gran
tradición china, será más fructífero para nuestro fin. Es
verdad que en el centro de la filosofía confuciana se encuentra el
hombre como principio que respetar por encima de todas las cosas, y que
la suprema virtud para Confucio –jen- a veces en vez de ser traducida
por bondad, es interpretada como humanidad. Pero el inminente carácter
practico de las tradiciones religiosas originariamente chinas y su
apego a lo terrenal y humano, tuvo por parte del confucianismo una
mayor aceptación en las clases nobles, quedando el taoísmo y su
filosofía vital, más naturalista, para las clases bajas. Aunque a
Confucio se le atribuye la invención de la Regla Aurea – no hacer a los
demás lo que no desees que te hagan a ti - como eje troncal de su
planteamiento moral, posteriormente su concreción histórica ha hecho
más uso de la dialéctica del padre sabio con el hijo sumiso,
representados por el estado y el pueblo. Confucio deseaba que la
sociedad no cambiara, sólo debía perfeccionarse, así cuando el budismo
irrumpió en China, con su ideal de igualdad, hubo una reacción por
parte del confucionismo, las doctrinas de la renuncia y la metafísica
india eran en este contexto absurdas. El taoísmo sin embargo,
poseía una interesante concepción de lo natural y del retorno a los
orígenes, donde la “violencia” se concibe como un virus que perturba
dicho equilibrio primigenio. De esta forma aparece la doctrina del Wu
Wei, la no-acción. Esta inactividad perfecciona sin obrar y obtiene sin
buscar; el individuo debe rechazar el poder, la ambición y las normas
de la moral inventada por el hombre. Se trata de una protesta taoísta
contra la violencia de la fuerza militar, la multiplicación de las
leyes o la aplicación de las normas morales confucionistas, las cuales
según el taoísmo aumentan la culpabilidad, la agresión y la miseria
humana. Lao Tsé (s. VI a d. C) y Mo Ti (s. V a.d.C), el primero
considerado fundador del taoísmo serán dos exponentes de esta línea
religiosa de pensamiento. Muchos estudiosos no dudan de calificar
a Lao Tsé de anarquista , encontramos así este texto: A medida que
aumentan las leyes limitando la acción de los hombres, éstos se
empobrecen; si abundan armas poderosas el estado se vuelve caótico; a
medida que aumenta el número de leyes y decretos aumenta también el
número de ladrones. También en el Tao te king encotramos en referencia a la idílica naturaleza sin gobierno este otro: En
tiempos pasados los hombres ignoraban la existencia del gobernante, más
tarde lo conocieron y lo veneraron, más tarde lo temieron, más tarde lo
insultaron. Aparece así la objeción del taoísta contra las guerras, que
no está basada en conceptos morales o humanitarios, sino en la
insignifican-cia de todo aquello que la conquista puede ganar o la
defensa puede asegurar. Es impresionante este texto a raíz de esto: Un
buen soldado no es violento; un luchador hábil conserva siempre la
calma; un conquistador efectivo no guerrea; un jefe capaz es humilde.
Llamemos al conjunto de estas cualidades la virtud del pacifismo o la
virtud del hombre que sabe dominar sus pasiones. Posterior
a Lao Tsé, Mo Ti supuso una reacción al rito, las costumbres y a las
ceremonias que el confucianismo imponía en la corte. Es una pena que
diccionarios tan prestigiosos como el Brandon o el Poupart no se ocupen
de nuestro personaje. Por estar en contra, Mo Ti renegaba hasta de la
música y los funerales, pero también frente a las diferencias sociales,
muy acentuadas de siempre en China. Impresiona cuando un pensador como
Lin Yu Tang dice que el Evangelio había sido predicado en China
quinientos años antes de Cristo: Es algo tan descorazonador como llegar
al Polo Sur y encontrarse que otro ha estado allí antes. Mo Ti
creía posible el amor universal que impediría las guerras, la
esclavitud y la explotación humana. La crítica a los funerales del
ritualismo confuciano venía porque los familiares dejaban en ellos
todas sus economías. También se asombra Mo Ti de que el hombre que roba
un cerdo sea universalmente condenado y generalmente castigado,
mientras que el hombre que invade y se apropia un reino sea considerado
como un héroe para su pueblo y un modelo para la posterioridad. La
igualdad de los bienes kien li, se consigue desde el amor universal,
aunque haya que poner para ello la otra mejilla. Para acabar narraremos
un encuentro entre Confucio y Lao Tsé que desconcierta sobre todo por
la ironía de la respuesta del fundador del taoísmo. El escenario es en
la biblioteca de Lo, capital del reino de Chou, donde Lao Tsé ejercía
de bibliotecario. Lao preguntó a Confucio que cual era la bondad y el
deber; el primero respondió que son sentimientos innatos en el ser
humano, Lao insistió y Confucio añadió que la bondad y el deber son
tener un corazón sin fraude y amar a todos los hombres sin parcialidad.
Lao Tsé frunció el ceño; La segunda parte me suena muy peligrosa –dijo.
Hablar de amar a todos los hombres es una exageración y forjarse una
mentalidad para ser imparcial es, en si mismo una especie de
imparcialidad. Concluyendo, la respuesta de Lao nos habla de
dos peligros a la hora de tratar el tema del pacifismo: puesto que
somos parciales, no caigamos en purismos, respetemos los procesos y el
transcurso de las acciones y eduquemos en la construcción de un mundo
más justo, sin ejércitos y tolerante, pues en contra de lo que dice
Confucio, la historia muestra demasiadas guerras como para solucionar
el problema desde el amor innato. Y es que independiente-mente de la
naturaleza del hombre, la transmisión cultural lleva implícitas las
herramientas de la guerra y la muerte, Lamark tenía razón en lo de la
transmisión de los caracteres adquiridos pero no en lo biológico sino
en lo cultural.
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