Todo es una perla brillante, incluso el antro del demonio de la montaña negra
(Dogén)
 
 
 

|

|

|

 
 

LA MODERNIDAD DE FRANCISCO DE VITORIA

volvervolver
 

Antonio García Ramírez

Introducción

Estamos acostumbrados por el estudio de la historia de la filosofía a pensar que unos autores se suceden en otros y que existe una evolución progresiva de la historia de las ideas. Este trabajo tiene la pretensión contraria, siguiendo la línea marcada Anthony Pagden en su libro La Ilustración y sus enemigos, donde los autores dialogan entre sí y podemos advertir que la dialéctica de las ideas es más viva de lo que creíamos.

El tema que nos atañe es el de los orígenes de la modernidad, que habitualmente se sitúa entre los autores Descartes y Kant obviando al resto de pensadores ilustres e ilustrados contemporáneos o predecesores que pusieron los cimientos para que otros después edificaran sus sistemas filosóficos.

También se pueden observar las distintas escuelas, grupos o corrientes filosóficas a lo largo de la génesis de la modernidad. Pagden distingue agudamente entre estoicos y epicúreos, dos escuelas post-aristotélicas que perviven entre los siglos XVI-XVIII. Avances y retrocesos en la formación de conceptos y en la resolución de problemas no solo filosóficos sino también políticos. La modernidad se va configurando con el esfuerzo del intercambio de ideas y con la confrontación de las mismas.

Es bueno darse cuenta como A. Pagden pone a pensadores españoles como promotores también de una modernidad incipiente. La escuela de Salamanca es cuna de ilustres creadores en el mundo de las ideas y de las leyes. Desde la teología y el derecho, mantienen la reflexión en mundo en cambio. El descubrimiento de América no sólo cambió la economía sino también la cosmovisión del mundo medieval. De ahí que la subdivisión clásica de las etapas de la historia universal sitúan el cambio de la edad media a la edad moderna en el año 1492, año del descubrimiento. Distintos mundos se descubren y se encuentran, el colonialismo pone en conexión a tradición grecorromana y cristiana con otras culturas como las precolombinas. Se necesitan nuevos conceptos, nuevas miradas y, lo más importante, nuevas leyes.

Releer y repensar a Francisco de Vitoria es interesante para la historia de las ideas y para hacer un ejercicio de interpretación comparada de su tiempo histórico y el nuestro, donde se suceden las guerras y sus justificaciones. Donde unas vidas humanas son más importantes que otras. Nos prepara para responder al encuentro de culturas y sociedades, aparentemente contrapuestas y en lucha, desde el respeto y la creación de un marco legal internacional que regule y vigile con rectitud la observancia de los pactos y acuerdos.

I. La eterna crisis de la modernidad.

¿Desde cuándo está en crisis la modernidad? Me atrevería a decir que desde siempre, o así lo deduzco yo en todos los ensayos y reflexiones en torno a ella. Podríamos afirmar que nace ya en crisis, es decir, puesta en cuestión o criticada con dureza por los anti-modernos. Y esta característica, lejos de impedir su desarrollo le ha servido para conquistar su propia identidad y ponerse nombre así misma como modernidad crítica. Sin la crítica, la modernidad envejece y muere en otra escolástica. La crítica le devuelve su aportación y su verdadera riqueza. Poner en cuestión y bajo sospecha el principio de autoridad de los antiguos y reescribir las ideas ante las nuevas situaciones es parte de la esencia de este salto en la evolución de la historia de la humanidad que es la modernidad.

En su mismo título A. Pagden pone en diálogo a la modernidad con sus enemigos. No para destruir al adversario, ni desprestigiarle sino para el avance del pensamiento y de las ideas políticas. Hay mucho en juego, es la situación actual de las relaciones internacionales, son los problemas de la distribución de la riqueza, la dignidad humana, la resolución de conflictos entre naciones,… La construcción de puentes entre realidades sociales contrapuestas es tarea del filósofo político, de la persona preocupada por el presente y el futuro no solo de nuestra civilización occidental sino también de la esperanza de todo nuestro amado planeta Tierra.

Los debates más recientes propiciados por la posmodernidad son otra ocasión para la crisis de la modernidad. Y al final como decía antes son enriquecedores para el proyecto emancipador ilustrado, pues obliga a la revisión de las ideas y de las consecuencias de unas determinadas concreciones históricas de aquello que llamamos modernidad. No analizaremos aquí a los autores posmodernos, pero sí señalaremos que sus críticas a la idea del progreso indefinido y la reducción unidimensional del ser humano en objeto científico-técnico, son ineludibles para una modernidad autocrítica, cualidad que nunca debe abandonar aunque llegue a ser incómoda. Las guerras mundiales, el deterioro insostenible de la ecología, la negación interesada de los derechos humanos de la mayoría de la población mundial… son ejemplos de la necesidad de poner otra vez en crisis los presupuestos y las intenciones de la modernidad.

II. Conquista de América. Cuestiones jurídicas y teológicas.

Adentrarnos en el pensamiento de Francisco de Vitoria (Burgos 1483 - Salamanca 1546) supone una inmersión en el siglo XVI de nuestra era. Como observábamos anteriormente el descubrimiento del nuevo mundo supone ruptura y recreación de muchas cosas. Lo nuevo genera necesidad de redefinición de valores comunes que se quieren difundir. El colonialismo y el imperialismo sin duda son mortales y dañinos para las miles de víctimas que genera el descubrimiento, que en muchas de las ocasiones supuso el exterminio de pueblos enteros y etnias ya irrecuperables. Con ocasión del V centenario del descubrimiento se publicaron distintas críticas a este logos y este progreso que se convierte en totalizador y depredador de lo distinto y diferente. Esta realidad ha sido denunciada con pasión por los llamados hijos de Nietzsche (Derrida, Foucault, Lyotard, etc.). Al descubrimiento le sucede la dominación a través de la violencia más inmoral.

Francisco de Vitoria nació en Burgos, pronto ingresó en la Orden de los Dominicos (O.P., orden de los predicadores). Estudió en Paris y a la vuelta a España ejerció el magisterio en Valladolid y más tarde (1526) en Salamanca hasta su muerte. No publicó en vida, pero dejó muchos escritos suyos, eran apuntes, y muchas relecturas de los clásicos, especialmente de Santo Tomás de Aquino. Entre estas lecciones (relecciones en el lenguaje de la época) destacan por su influencia en el nacimiento del derecho internacional De iustitia y De indis et iure belli, anteriores a la obra de Groccio De iure belli ac pacis (1625) considerada la primera sistematización de derecho internacional. De manera vigorosa retoma Vitoria el eterno problema de lo natural y sobrenatural (ABELLÁN, J. L., 1992, p.502), y tomando el recto camino de Santo Tomás separa bien los ordenes para darles autonomía a cada cual. Esto significa un gran avance al distinguir Naturaleza y Gracia, y esto llevarlo a la práctica, es decir, al derecho, obtenemos el mejor desarrollo del derecho natural que abrirá puertas de comprensión y de entendimiento entre seres humanos. Los órdenes natural y sobrenatural no se contradicen sino que se complementan. A ambos órdenes le suceden dos tipos de sociedad la civil y la eclesiástica, quedando separadas, sin interferencias.

Según Vitoria el hombre es una persona racional, libre, moral y responsable que le constituyen en sujeto jurídico con una serie de derechos innatos. Entre los derechos del cuerpo se refiere al de la propiedad sobre los seres materiales inferiores que el Derecho de gentes establece para la división de propiedades. En este funda el autor el derecho de España a la intervención en el Nuevo Mundo. Una nota importante de su pensamiento político es su doctrina sobre la sociabilidad como connatural a lo humano. El derecho natural no queda limitado en la familia sino en las relaciones sociales y políticas. El bien común requiere una Potestad civil que encamine a las personas a la consecución de este fin feliz. El problema se acrecía en su rotundidad en las relaciones internacionales, donde no hay bien común (entendido desde la nación) al que recurrir. El padre Vitoria muestra su intuición al acuñar el término Comunidad universal (ABELLÁN, J. L., 1992, p.505) a la que pertenecen todos los hombres a partir de su naturaleza social y que es anterior a la división de naciones. Esta comunidad internacional se rige por el Derecho natural (ius naturale) y en lo que le sobrepasa por el Derecho de gentes (ius gentium).

La aplicación de sus principios, le llevaron a Francisco de Vitoria en la cuestión americana a la cumbre de su propuesta novedosa. Inicia la elaboración de un estatuto jurídico de un Derecho internacional, bien es verdad, que se debió a su esfuerzo por justificar la intervención española en el Nuevo Mundo. A pesar de esta gran contradicción, nuestro autor defendió el derecho de los indios a poseer sus tierras, la legitimidad de sus príncipes naturales y el derecho de gobernarse por sí mismos. Es inevitable comparar la actitud de Vitoria con la de Las Casas respecto a los derechos de los indios. Francisco de Vitoria sin duda aportó su reflexión teórica a sus derechos, pero fue Bartolomé de Las Casas quién con su denuncia profética quién anticipó los cambios sociales para la aceptación común de los derechos inalienables de todas las personas.

Los excesos cometidos por los conquistadores españoles originó una polémica política e intelectual sobre los justos títulos de los españoles en América, donde destacaron Bartolomé de Las Casas y Francisco de Vitoria. Sus aportaciones fueron inequívocas respecto al derecho natural de la libertad de todos los seres humanos (ALVARADO, J. 2004, 93-126). También defendieron la libertad de los pueblos para constituir a sus propios gobernantes, el derecho a la vida y a la integridad física. La propiedad privada era un derecho independiente de la condición racial, cultural y religiosa.

Por otro lado su aportación a la filosofía del derecho es indiscutible, pues en sus comentarios a los tratados teológicos de Santo Tomás, renueva desde dentro las ideas de éste, precisa los términos de derecho natural, derecho positivo y derecho de gentes y desciende a los casos de actualidad vivida por el jurista, como es el caso en el que expone que un prisionero de guerra francés capturado por el ejercito español nunca será un siervo, siempre será considerado como prisionero y sujeto de derechos (VITORIA, F. DE, 2001, p.30).

III. Vitoria y la teoría de la “guerra justa”.

La conquista de América requiere en sí misma la legitimidad de la guerra, ya que será a través de ella como se adquieran estas posesiones para el imperio español. De la cuestión americana pasamos sin poder cambiar de camino al problema de la justificación de la violencia o de la guerra. Se distinguen tres posturas claramente distintas: Juan de Ginés de Sepúlveda (Pozo Blanco, 1490-1573) defensor férreo de la violencia de la guerra, Bartolomé de Las Casas (Sevilla, 1474-1556) que en ningún caso admite la legitimidad de la violencia y Francisco de Vitoria auténtico renovador de la teoría de la “guerra justa”.

Durante muchos siglos, la elaboración teológica cristiana sobre la guerra y la paz se centró de manera casi exclusiva en la doctrina de la guerra justa. Dicha doctrina se basaba en el pensamiento de San Agustín y tenía su principal sistematizador en Santo Tomás de Aquino, sobre todo en las cuestiones 40 (la guerra) y 64 (el homicidio) de la segunda sección de la parte segunda de la Summa Theologica ( II-IIae, q 40; II-IIae 64). Santo Tomás dice que son tres los requisitos para que sea justa una guerra: la autoridad de quien la hace, que haya una causa justa y que se dé una recta intención en los contendientes (Sm. Th. II-IIae, q 40, a1). Y cuando habla del homicidio que establece que sólo a la autoridad le compete quitar la vida a quienes ponen en peligro a la comunidad, es decir, por el bien común. Sobre esta base tomista, la doctrina de la “guerra justa” en la edad media llegó a esgrimirse con la única justificación de que el enemigo era pagano. Frente a esta radicalización, Francisco de Vitoria puso el freno de una lectura más restrictiva al aumentar las condiciones. Además de las tres exigidas por Santo Tomás, se añadía la proporcionalidad de los medios, que se agotaran previamente las vías pacíficas (ultima ratio), que el mal producido no sea superior al bien defendido, la perspectiva de éxito y el respeto de las convenciones internacionales, discriminando entre combatientes y civiles (debitus modus).

Francisco de Vitoria desarrolla pues, la teoría más elaborada sobre la guerra justa entre los tratadistas. Se constituye en el primer codificador del Derecho de guerra. Al principio considera a los indios americanos como hombres libres (ciudadanos de Estados libres) y lo equipara con ciudadanos de cualquier país libre. Lejos está la historia de la humanidad para alcanzar acuerdos como la creación de una Sociedad de Naciones (supra-nacional) a la que aspiraba Francisco, y su realismo le lleva a la aceptación del hecho irremediable de la guerra. Para él la guerra tiene una connotación de sanción ante una desobediencia y la exigencia de una reparación. Posee un carácter de provisionalidad y de sumisión al Derecho que se debe reestablecer. Las condiciones necesarias para una guerra justa son: existencia de una autoridad competente, una causa justa y unas limitaciones en su ejecución.

Hemos que tener en cuenta la distinción que hace Vitoria entre guerras defensivas y ofensivas. Las primeras tratan de repeler la agresión externa e injusta, de la que la nación es víctima. Las guerras ofensivas sólo pueden emprenderse para reparar una injuria por quien tiene autoridad para ello. Por otro lado debemos resaltar la grandeza de Vitoria a la hora de concentrar sus fuerzas en la defensa de los débiles para tratar de llevar a los poderosos al lado de la justicia.

La guerra adquiere las características de un acto reflejo: es respuesta a un acto injusto (CASTILLA, F. 1992, p.175). Para Vitoria, la guerra se convierte en instrumento de los inocentes para defender sus derechos frente a los injustos. La causa de guerra siempre será la injuria recibida, la violación de los derechos. Las causas que antes se aplicaban por parte de los príncipes ya no valían como son: la diversidad de religión, expansión territorial de un imperio, la gloria o cualquier notro beneficio particular… no servían para legitimar la guerra.

El objetivo de la guerra justa era la búsqueda de la justicia y de la paz, sin embargo los casos y las situaciones históricas nos muestran y le supusieron a Vitoria la incertidumbre de la duda. Esto le llevó a la condena del mismo príncipe si no practicaba la justicia en el momento de juicio ante la posibilidad de guerra. Son la contradicciones propias de quien sabe que sus palabras pueden ser tergiversadas y utilizadas para otros fines e intereses. Con todo el pesar que provoca la guerra desde nuestra perspectiva pacifista, hemos de esforzarnos en ver el intento intelectual de nuestro autor en delimitar los poderes fácticos e ideológicos que acrecentaban la injusticia de la violencia.

IV. Aportaciones al desarrollo de la modernidad de Francisco de Vitoria.

Son muchos los reconocimientos internacionales para Francisco de Vitoria para el derecho internacional. Habríamos de esforzarnos en fructificar estos avances en su contexto histórico. Hemos de constatar el hecho de que en esa época España es potencia imperial que domina las relaciones y legislaciones internacionales. La incidencia de Vitoria en la búsqueda de un derecho en medio de los virajes belicosos es admirable. No solo crea una teoría de la guerra como algo ineludible a la que pone unos límites bien concretos sino que pone todo su esfuerzo en justificar la necesidad de un estamento o institución civil internacional que incida en la justicia.

Al separar, con una radicalidad asombrosa para su tiempo, los poderes y órdenes temporales y espirituales abre nuevos horizontes y podríamos decir que inaugura la futura secularización de Europa que tantos beneficios genera al distinguir las realidades religiosas de las meramente políticas. Sin esta separación es imposible evaluar el nacimiento de los Estados modernos donde la soberanía va dejando de ser instituida por el poder eclesiástico para ir siendo justificada desde otros parámetros.

En las controversias sobre la legitimidad de la guerra justa, sale del desfiladero de la sin razón buscando límites para algo que él considera inevitable. Su gran aportación es la de poner condiciones a unas causas que a veces son cuasi-sagradas como la razón de estado, el derecho a la defensa nacional, la necesidad de prosperar… No podemos dejar de criticar al final su postura tibia ante la razón del imperialismo español de la época, pero siempre matizando que su postura ayudó a ir saliendo de causas irracionales ante los conflictos entre naciones, o nuevas realidades como las que se estaban experimentando tras el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Conclusiones

Nuestra actualidad nos interpela a cerca de las relaciones internacionales en torno al reto de la inmigración ilegal de personas de países pobres en los países ricos. A mi parecer es revivir la experiencia aquellos dominicos juristas y misioneros que se enfrentaron a la nueva realidad de los indios americanos. ¿Son personas de derecho? Tenemos la obligación moral de no dudar ante esta realidad. La conveniencia política tiene que ser valorada después de la ayuda y acogida humanitaria. Son sujeto de derecho ya que son personas. No nos ampararemos en el derecho natural, al consideramos obsoleto y caduco, pero tenemos la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 que nos dice muchas cosas, de derechos y obligaciones de todos sin distinción. Al parecer son cosas que se dijeron y escribieron en una situación límite y crítica al acabar la II Guerra Mundial, pero la vigencia de aquellos deseos y esperanzas depende de toda la sociedad.

La guerra de Irak llevada a cabo bajo la justificación de guerra preventiva en el año 2003 supuso no solo un escándalo para muchas personas que veían el desprestigio de una institución como la ONU, sino también el resurgir de una nueva teoría de guerra justa, que sin límites de ningún tipo, el imperialismo y el colonialismo imponen su lógica de la violencia del más fuerte sin sujeciones de ninguna clase. Ha sido y sigue siendo un episodio que no conviene olvidar, al contrario, recordar que no hay razón para la guerra preventiva, que no hay legitimidad para la imposición de la libertad y de la democracia con las armas. Las teorías de Francisco de Vitoria se anteponen totalmente ante este tipo de realidades. Él buscaba el derecho internacional y una institución supranacional, como Naciones Unidas precisamente, para evitar situaciones como la vivida en la invasión de Irak, donde intereses no sólo nacionales, sino del capital más influyente como es el mercado del petróleo se otorga los derechos de justificación de guerra, sin importar la vida de civiles y también militares que han muerto en la contienda, ya vamos (en 2006, consultar: http://www.elboomeran.com/blog-post/18/3127/andres-ortega/cuantos-muertos-en-irak/) por la escalofriante cifra de más de 80.000 muertos por esta ocupación militar ilegítima.

BIBLIOGRAFÍA

ABELLÁN, J. L., Historia crítica del pensamiento español vol.II, Circulo de lectores, Barcelona, 1992.

ANDRÉS, M., La teología española en el siglo XVI vol.II, BAC, Madrid, 1977.

CASTILLA, F., El pensamiento de Francisco de Vitoria, Anthropos, Barcelona, 1992.

GÓMEZ, Y. (coord.), Pasado, presente y futuro de los derechos humanos, UNED, México, 2004.

LAS CASAS, B. DE, Historia de las indias, F.C.E., México, 1951.

PAGDEN, A., La Ilustración y sus enemigos, Península, Barcelona, 2002.

SEGURA ETXEZARRAGA, J. La guerra imposible. La ética cristiana entre la “guerra justa” y la “no-violencia”, Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao - Desclée de Brouwer, Bilbao 1991.

VITORIA, F. DE, La justicia, Tecnos, Madrid, 2001. 

 
 
© 2009- Revista Universitaria de Teología de Albacete Diseño y HostingOnirics
Inicio