Un símbolo religioso no se basa en creencia alguna, Y sólo donde hay una creencia hay error
(Ludwig Wittgenstein)
 
 
 

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EL CAMINO HACIA LA FE EN JESÚS DE NAZARET I

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Antonio Carrascosa Mendieta

Hace algún tiempo, las parroquias de Hellín y de la Purísima de Albacete me encargaron que ayudara a sus respectivas escuelas de formación de laicos a reflexionar sobre la cuestión del Jesús histórico. Durante las cuatro sesiones estudiamos juntos las conclusiones  a las que llegan los últimos especialistas sobre el tema (J. P. Meier y G. Theissen fundamentalmente). Al final ambos grupos demandaron profundizar en el tema de Jesús, pero esta vez dando el salto cualitativo que supone la fe. Me comprometí a ayudarnos mutuamente en esta tarea. Razones personales de índole creyente me pedían un trabajo más original, que me implicara de tal manera que me ayudase a mí también a expresar y ordenar mi propia fe en Jesús. Por eso no quise elaborar mis aportaciones desde la lectura de obras fundamentales de Cristología, sino más bien desde lo que como creyente ando buscando.

Los que en RUT ofreceré son dos reflexiones de este segundo acercamiento a Jesús, el de la fe. Por razones obvias de espacio no puedo reproducir aquí todo lo que expuse en las charlas. Más que resumir o condensar he preferido "extractar" dos temas. El primero de ellos es el que ahora publicamos.

Para situarlo habría que decir simplemente que mi propuesta de camino a la fe en Jesús de Nazaret quiere iluminarse del propio sendero que siguieron los discípulos y discípulas del Maestro de Nazaret. Es uno de los muchos caminos y, en concreto, es el que elegí yo para mis reflexiones. Y dentro de este camino hay algo que aparece claramente como esencial: la experiencia de que el que asesinaron en la cruz, está vivo. Muerte y Resurrección, unidas, imbricadas, suponen la experiencia fundamental. Por ello me propuse volver sobre la experiencia discipular de ambos acontecimientos.

Pido disculpas porque tal vez debiera haber "limado" el tono coloquial, pero creo que de haberlo hecho, no sólo me habría costado mucho tiempo, sino que quizás me hubiese salido otra cosa distinta. Gracias por la comprensión del lector.

El crucificado, presente y vivo

Ciertamente no tenemos un plano fijo y bien dibujado de por dónde empezar a caminar en la experiencia creyente de los primeros discípulos de Jesús. Pero sí que a primera vista percibimos algo esencial en esa fe, una experiencia singular, única: la de que Jesús está vivo tras haber sido asesinado en la cruz. Creo que podríamos condensar esta experiencia en una doble convicción:

  • Ellos no experimentan a Jesús como un personaje del pasado, un maestro que les deja una enseñanza y una tarea y, tras su muerte, se trataría de continuarla. No: experimentan a Jesús como alguien presente y vivo.
  • Ellos no tienen la experiencia de un hombre exaltado, sin más, por Dios, alguien que les ha caído del cielo, sino de un hombre que ha vivido con ellos y ha pasado por la muerte ignominiosa de la cruz, ejecutado como un bandido. La experiencia de Jesús vivo no es un borrón y cuenta nueva con respecto lo anterior.

Dos experiencias imbricadas, inseparables, vividas una junto a la otra: Jesús está vivo... El que está vivo es Jesús, no otro. Dicho, ahora sí, un poco más teológicamente: la experiencia de continuidad entre el crucificado y el resucitado, el resucitado es el crucificado. Prueba de lo esencial que es esta doble convicción podemos hallarla en dos datos:

  • La misma existencia de los relatos de la vida de Jesús y la estructura que ellos tienen: narran una vida, unos acontecimientos, desembocando todos ellos en un largo relato de pasión y en los episodios de la resurrección. No interesa conservar sin más palabras del maestro o colecciones de milagros, o relatos de pasión... todo ello, como sabemos, existió. Pero lo que finalmente mejor expresó para todas las comunidades lo que significaba creer en Jesús, fueron estos relatos de su vida, muerte y resurrección.
  • Las más primitivas fórmulas de fe en el resucitado hablan de la muerte y resurrección (1 Cor 15, que es el más antiguo testimonio de la resurrección de Jesús). También, aunque sean muy posteriores, pueden ilustrarnos los discursos de Pedro en los Hechos.

Y avanzando un poco más en esta experiencia podríamos decir que la muerte y resurrección de Jesús no son un acontecimiento neutro, una experiencia que provoca asombro ante algo ocurrido, un paso más en su aventura junto a Jesús, sino que es vivido por sus discípulos como un acontecimiento salvador para sus vidas, como la salvación que esperaban, el cumplimiento de las promesas, el perdón de los pecados, la actuación final de Dios, por citar sólo algunas de las expresiones que han utilizado. en al muerte y en la resurrección de Jesús, Dios les ha salvado. Qué signifique esta salvación será algo que tendremos que ir desmenuzando en estas reflexiones, pero aquí, como veis, lo situamos muy cerca de la idea de cumplimiento de las promesas por parte de Dios. Algo que no se reduce a sus vidas, sino que afecta a todo el género humano, a toda la historia humana.

Analicemos por separado cómo pudieron vivir aquellos hombres y mujeres esta doble convicción.

LA MUERTE DEL MESÍAS

Lo que nos interesa desde la perspectiva en la que estamos, no son tanto los hechos históricos que acaecieron, cuanto el significad de esos acontecimientos para los discípulos y para el propio Jesús, lo cual no quiere decir que pasemos por alto el aspecto histórico. Y este significado lo desarrollaremos a través de una triple experiencia: derrumbe de sus expectativas, la experiencia de entrega de Jesús y la convicción del cumplimiento de las Escriturar.

El derrumbe de las expectativas

Nosotros esperábamos que sería él el que iba a restaurar a Israel (Lc 24, 21)

Jesús había despertado en sus discípulos y en parte del pueblo lo que podríamos llamar expectativas mesiánicas. No es fácil de decir si llegó a aplicarse a sí mismo el título de Mesías. Algunos indicios hacen pensar que era reticente a ello; pero lo que es indudable es que despertó estas expectativas con sus palabras y signos, y que era consciente de que así era. Además, al margen de si utilizó títulos y cuáles, lo que es innegable también es que Jesús tenía una gran conciencia de autoridad, conciencia de que Dios iba hacer presente por medio de él el final de la historia.

Otra cuestión sería, sin duda, la lectura que hacían los discípulos de todo ello. Parece, por lo que reflejan sus testimonios, que no coincidían totalmente sus expectativas con las de Jesús, que no terminaban de comprender; siempre se ha presentado esta disparidad pensando en que los discípulos son herederos de la tradición mesiánica judía en clave sociopolítica y que Jesús supone una renovación de esas expectativas. Quizás sea demasiado ingenuo pensar así, porque si los discípulos son herederos de la tradición judía, también lo es Jesús. Hoy no se habla tanto de "mesianismo" como de "mesianismos", en cuanto que las expectativas sobre un futuro Mesías eran muy diversas. No todas eran en clave sociopolítica. Lo que sí que tendrían en común era esperar la figura de un salvador colectivo de todo Israel.

Sin duda, Jesús era heredero del Bautista en sus esperanzas escatológicas. Pero no un simple repetidor de la tradición del profeta del Jordán, sino que desarrolló su propia concepción escatológica, un una especie de continuidad y ruptura a la vez con lo recibido de él. Dentro de esta evolución en la propia conciencia de cómo sería la intervención final de Dios en la historia con la venida de su Reino, hay que entender la conciencia mesiánica de Jesús. Evolución que también se daría en los discípulos, con las lógicas tensiones señaladas. De todos modos, creo que es legítimo inferir que, quizás sin tener demasiado claro el cómo, sí que confiaban en que Jesús protagonizaría una intervención salvadora definitiva en favor de Israel. Es probable que tampoco el mismo Jesús tuviera totalmente claro ese cómo: sólo una radical confianza en Dios. Los testimonios que nos han llegado apuntan a que él más bien tendría claro el rechazo a ciertas formas de mesianismo, y aquí vendrían estas disonancias con sus discípulos; pero de cara a cómo iba a ser, sólo tenía su confianza absoluta de que Dios salvaría por medio de él... ¡lo cual no es poco!

Pues bien: esto es precisamente lo que se derrumba con su muerte. Cuando los discípulos recuerdan la muerte de Jesús no pueden evitar evocarla como una auténtica experiencia de fracaso total. La esperanza se trunca con aquello que más sólidamente destroza: la muerte. No es difícil imaginar que este derrumbe implicaría en ellos el sinsentido de todo lo que habían pasado junto al maestro de Galilea, una pérdida en el vacío de todo cuanto habían vivido con él... ¡Todo había sido un error! Dicho claramente: Jesús estaba equivocado y nosotros caímos en su error.

Démonos cuenta de cómo en ningún momento la tradición evangélica sugiere que la reacción ante la muerte de Jesús hubiese provocado algún efecto de reafirmación de sus ideas, a modo de esas muertes martiriales que desencadenan un efecto de radicalización en sus seguidores. No es así, sino más bien todo lo contrario: tras la muerte de Jesús, incluso antes, tras su detención, la sensación es de que todo se acabó. De algún modo, si pudiésemos llamar fe a esas esperanzas mesiánico - escatológicas que habían depositado en Jesús, muere su misma fe.

Probablemente no esté diciendo nada nuevo. Pero quizás, como sabemos lo que ocurrió después, pasamos de largo muchas veces sin fijarnos en la hondura de este fracaso.

Una pregunta atrevida: ¿cómo viviría Jesús su propia muerte? Mucho se ha debatido y escrito sobre ello. Aunque quizás poco se pueda decir con seguridad, sí que aquí volvemos a repetir lo mismo: Jesús mantuvo durante toda su vida una esperanza y confianza firmes en que Dios iba a intervenir definitivamente. Y si esto es así, podemos atrevernos a pensar que la mantuvo hasta el final. Otra cosa es que en este final, abandonado por sus discípulos y condenado irremediablemente a morir, tuviese una conciencia clara de cómo era el guión: quizás cabría decir que Jesús muere confiando firmemente, pero sin que esto excluya ciertas dosis de asombro, de angustia, de incertidumbre ante el cómo. Ni la tradición evangélica puede ocultar este hecho. Sé que esto quizás nos suene un poco extraño, pero también creo que dignifica mucho más a Jesús. Expresa una fe de Jesús en Dios mucho más grande de la que se desprendería de un Jesús que se sabe el final de la película, en la medida en que es más "ciega". Sólo con una fe y una confianza así puede mantener una fidelidad tan grande como para no reparar en guardar la propia vida. Pero, con esto, ya nos estamos introduciendo en el siguiente apartado.

La experiencia de entrega de la vida

Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente (Jn 10, 18)

Tras este paseo por la conciencia de Jesús, volvamos a la de los discípulos. Los escritos que nos al presentan, hablan claramente de que no sólo Jesús no presenta resistencia a su arresto o trata de huir, sino que una experiencia de entrega atraviesa sus últimos meses de actividad y su actitud real tras el arresto. Se podría objetar que esta actitud de entrega podría ser fruto de la reflexión post - pascual de los discípulos, deseosos de presentar un Jesús consciente y tranquilo ante lo que se le viene encima, pero no respondería a una realidad histórica.

Aunque, ciertamente los discípulos y la tradición elaboraron toda una teología de la entrega (el cordero entregado, etc), a mi juicio cabe hablar de que esta experiencia estuvo de algún modo presente en Jesús y fue percibida por sus discípulos. Varias consideraciones coinciden en ello.

En primer lugar, es los evangelios puede observarse una evolución en la respuesta a Jesús. Podríamos decir que tras una primera etapa "exitosa", por llamarla de algún modo, donde encuentra seguidores y una acogida favorable a  su predicación, viene otra en al que parece dominar el rechazo, las críticas, las trampas tendidas. Huelga decir que Jesús y sus discípulos perciben esa evolución y esto les provocará un cambio de expectativas. Si en algún momento pensó Jesús que podía reunir al Israel disperso ante la venida del Reino a través de su ministerio, esta expectativa tendría que ser cuestionada. Jesús, y con él sus discípulos, tuvo que ser consciente de que los planes de una reunión escatológica de Israel no iban a suceder, al menos, que el fracaso, aquél del que hablábamos más arriba, viene gestándose de lejos  no es sólo algo inesperado tras la muerte del maestro.

Por otra parte, Jesús fue desarrollando una conciencia singular de obediencia a Dios. Todas sus palabras y vida son a favor totalmente de Dios. Una existencia volcada a Dios. El polo al que se orienta todo el ministerio de Jesús es el Reino que Dios ha prometido, y esto para él está por encima de cualquier cosa, incluida su propia vida.

Teniendo en cuenta ambas cuestiones, podemos pararnos a considerar una decisión que para los evangelios es crucial: la decisión de ir a Jerusalén. Como acabamos de decir, tras los primeros pasos que hacían confiar en una conversión a su palabra, su ministerio podría haber llegado a un punto muerto. Si gran parte de Israel rechaza su mensaje, sobre todo las autoridades, ¿cómo proseguir? En cierto modo, Jesús iría llegando a la conclusión de que era necesario un "salto cualitativo" en su predicación. Y llegaría a esta conclusión, no como un estratega, sino que lo haría como todo su ministerio: obediencia a la voluntad de Dios. Un salto cualitativo en una línea de provocar los acontecimientos, de arriesgar más fuerte. Y en esta línea hay que entender al decisión de ir a Jerusalén para celebrar al fiesta de Pascua. Sin duda, una decisión que entrañaba peligro, pero Jesús colige de su propia experiencia que por ahí pasa la obediencia a Dios... Jesús sabe que quedarse en la plácida Galilea no aportaba, no provocaba, no avanzaba más en la llegada del Reino. Habrá que ir a Jerusalén. El enfrentamiento abierto y público al Templo como parte de su predicación del Reino es la expresión mayor de este forzar las cosas.

La tradición no ha perdido por el camino las grandes resistencias de los discípulos a esta "entrega" de Jesús. Es lógico el miedo a ir a Jerusalén en esas circunstancias. Sin duda, les faltaba esa confianza ciega en Dios de su maestro. Pero yo también quiero creer que no serían tan grandes las disonancias entre Jesús y los suyos. La imagen de un Jesús hierático de camino a Jerusalén sin soltar palabra y los discípulos detrás como tontos, sin entender nada, me parece muy poco natural y creíble. Parece mucho más natural que Jesús compartiese con los suyos las razones íntimas de obediencia a su proyecto que le llevaban a Jerusalén y que, con todas las lógicas reticencias y miedos, estas razones habrían sido asumidas por el círculo de sus íntimos. Ellos habrían compartido las mismas esperanzas de lo que podía suponer la predicación en Jerusalén para el Reino. Ellos también viven su aventura como entrega. Lógicamente, irían con miedo y dudas, pero tampoco Jesús era ajeno a ellas. Quizás no esperaban otra cosa. Tampoco, como hemos dicho, Jesús tendría todo tan claro. Sólo su confianza hasta el extremo. El fervor al que había llevado este Reino inminente que predica Jesús le arrastra a un "no sé qué" en Jerusalén para forzar dicha intervención...

Por eso, tampoco creo que sus expectativas fuesen sociopolíticas sin más. La muerte del Mesías, como hemos indicado, les despertará de este sueño, de este fervor... Pero no olvidarán que aquí venían con unas esperanzas. Por eso se arriesgaron a venir. La experiencia de la muerte no les hace decir: "Si ya decíamos que esto era una locura... Menos mal que por lo menos hemos salvado el pellejo". No. Venían con una esperanza, y por eso, el trompazo es mucho mayor. Pero no olvidarán que venían con una esperanza, con una confianza... No tan fuerte como la del maestro, pero no la olvidarán.

Según las Escrituras

Sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas (...) procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo. (1 Pe 1, 10 - 11)

La conciencia de que la muerte de Jesús sucedió según las Escrituras, esto es, según profetizaban, es también una de las experiencias centrales de los discípulos ante la muerte del maestro y que más reflejo han tenido en la tradición. Está incluso en la más primitiva confesión de fe de 1 Cor 15. Veamos qué alcance tiene esta convicción de la fe de los discípulos.

Para empezar, se nos vuelve a presentar una razonable duda ya vieja conocida: ¿no será fruto de su fe pascual esta convicción de que murió según las Escrituras? Tras la experiencia de la resurrección, los discípulos vuelven a lo que ha sucedido y tratan de ver cómo en la Escritura estaba ya anunciada esta muerte del Mesías. Y entonces, si es así, ¿no habría que incluir esta convicción más en la experiencia de la resurrección que en la de la muerte?

Ciertamente hay que reconocer que no son experiencias separables, pero quizás no sea bueno hacer distinciones temporales, ¿qué precede a qué? Pienso que están muy unidas. Sin duda, el impacto por la muerte de Jesús, antes de la experiencia pascual, les hace también volver sobre su vida, sobre su muerte, la empiezan a descubrir como cumplimiento, perciben la coherencia de la muerte de Jesús con su vida, la recuerdan junto a la confianza con la que vinieron a Jerusalén, etc. Y todo ello es ya parte de la experiencia pascual (no sólo las apariciones del resucitado). Podríamos decir que estamos en la "transición" de la experiencia de la muerte a la  de la resurrección, una transición en la que no podemos hablar con certeza de lo que viene antes o después.

Hecha esta advertencia, yo empezaría preguntándome: ¿qué es lo que les hace volver sobre las Escrituras tras la muerte de Jesús? ¿qué les provoca esta relectura de su tradición religiosa? Una respuesta se impone por lógica: el mismo fracaso de la primera lectura que habían hecho. Si esto ha sucedido así, es porque no hemos entendido bien lo que nuestra tradición nos decía. Esta confianza, esperanza, entrega que ellos tenían (aunque en menor medida que su maestro) los recupera del primer golpe y les hace preguntarse: "si Dios ha obrado en la muerte de este hombre ¿cómo lo ha hecho?" La única manera de encontrar respuesta a esta pregunta, el único modo que conocen de entender los caminos de Dios es la Escritura. Vuelve por ello a la misma para buscar indicios de una actuación de Dios en la muerte de un hombre y, por supuesto, todo les lleva a poner en crisis su anterior lectura de su tradición.

Ellos, sin duda, ya habían insertado a Jesús dentro de su tradición, dentro de las expectativas que creaba su lectura de la Escritura. El mismo Jesús lo había hecho. El fracaso que supone la muerte les va a llevar, no a abandonar la Escritura, sino a volver sobre la vida de su maestro, sobre su propia vida. Ahora la verán como cumplimiento de la Escritura, pero de otra manera a cómo se lo imaginaban en vida. Todo ello les anima a encontrar la coherencia entre la vida de Jesús y su muerte, la coherencia entre su muerte y lo que proclamaban las Escrituras. En fin, todo un proceso de indagación, de profundización, donde habría mucho diálogo, mucho de recuerdo, mucho corazón, etc. No es un proceso intelectual, sino una experiencia viva. Una experiencia que les iría llevando a un lugar. Un lugar del que ya partían cuando vinieron a Jerusalén. Un lugar conocido, pero ahora con más brillo, con más fuerza: la confianza en Dios. Jesús, el maestro de Nazaret, les había llevado a esta confianza y él mismo había muerto con esta confianza. Ahora la recuperaban ellos con más fuerza en todo este de profundización. Un proceso en el que van sintiendo, poco a poco, la compañía y presencia del maestro... Pero esto ya es la puerta de la resurrección.

 
 
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