Encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una, y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya otras llegarán puntualmente.
(Walt Whitman)
 
 
 

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EL DEBATE ACTUAL SOBRE EL LAICISMO EN ESPAÑA

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Antonio García Ramírez

Tan sólo con seguir la prensa nacional e internacional podemos constatar la importancia y relevancia del debate sobre el laicismo en nuestros días. Múltiples son los hechos que suscitan una y otra vez la cuestión de cuál haya de ser la relación entre el Estado y las confesiones religiosas, sobre todo aquellas confesiones que son mayoritarias en una sociedad, como lo es la Iglesia católica en España. Ya sea la clase de religión, la ley del matrimonio homosexual, el debate sobre el uso de células madre en investigación, la polémica sobre la eutanasia, la financiación de la Iglesia… nos encontramos con un sinfín de realidades sociales y culturales atravesadas de parte a parte por el problema de cuál se la adecuada distancia, o cercanía, entre sociedad y religión. La actualidad de dicho debate se confirma igualmente en el mundo editorial, con la publicación de estudios y tomas de postura al respecto.

El Nuevo Orden Mundial propuesto por los EEUU y sus aliados occidentales tras la caída del muro de Berlín y del comunismo soviético, no parece resolver las diferencias entre culturas y religiones que hoy más que en ningún periodo histórico tienen que convivir. El fenómeno de la globalización económica y la gran revolución tecnológica a la que estamos asistiendo hacen posible no solo las transacciones de capital sino que también el flujo migratorio de personas, que portan en sí mismas tradiciones culturales de sus sociedades.

Fenómenos como los sucesos ocurridos en Francia en el otoño de 2005, donde entre los que protestaban en los suburbios abundaban los descendientes de los inmigrantes, sobre todo de los musulmanes procedentes del Magreb, que llevaban casi dos generaciones siendo ciudadanos franceses. Algo no había funcionado. Es verdad que los analistas destacan que se trata de un problema social, directamente relacionado con el desempleo y la falta de expectativas. Pero no menos cierto parece ser que después de años de estancia en el país, ni la escuela ni el trabajo habían posibilitado la integración social y cultural de estas comunidades.

En nuestro país, después de veinticinco años desde la Transición a la democracia, es tiempo de juzgar nuestro estado actual respecto al papel de las religiones, y especialmente del catolicismo español. Nadie ignora el papel legitimador de la Iglesia Católica en los años de la dictadura militar de Francisco Franco. Con casi unanimidad (salvo la excepción del cardenal Vidal i Barraquer) el episcopado apoyó el levantamiento de 1936 y le concedió el estatus de cruzada. Como tampoco nadie puede minusvalorar, a la hora de comprender tal alineamiento católico, los sucesos trágicos de quema de conventos, iglesias, patrimonio artístico y, ante todo, la muerte de miles de personas por su condición religiosa durante la Guerra Civil española. No es éste lugar para un análisis más profundo de las causas de estos hechos, pero sí que forman parte imprescindible del contexto histórico reciente en el que tenemos que considerar las relaciones de la religión y el Estado, y dentro de ellas, del laicismo en España. Además, contamos con las declaraciones de la Jerarquía eclesiástica que son muy significativas, por sus contenidos y por sus posicionamientos políticos. Hacía mucho tiempo que los Obispos españoles no tenían este papel tan activo y público en la panorámica socio-política de España.

Indudablemente la confrontación entre civilizaciones o religiones está servida, y cada vez vemos más oscuras sus causas profundas, unas veces el petróleo (causas económicas), otras la seguridad de las naciones o la necesidad del Imperio de tener un enemigo (causas ideológicas)… Por estos y otros motivos necesitamos más que nunca la luz de la razón, de reflexiones críticas sobre los acontecimientos que no pueden sino pasar por el tamiz del contraste de las diferentes posturas. Dos años después, en España aún tenemos que enfrentarnos en serio a las causas de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Hemos visto muchas imágenes, hemos leído mucha prensa (el diario El Mundo ha cogido este asunto como su enganche editorial con el público, y a veces rozan el absurdo y el esperpento, por no citar al periodista Federico Jiménez Losantos que desde la cadena COPE arremete contra los jueces, policías, instituciones… que no le dan la razón por supuesto),… pero seguimos sin entender el origen del odio que generó tanta violencia y muerte. ¿Cómo comprender que personas jóvenes de un país vecino como Marruecos ejecuten una acción de este tipo? En estas disyuntivas estamos, y muchas veces se evoca al Islam como causa directa del fundamentalismo terrorista árabe, confundiendo y señalando con el dedo al nuevo chivo expiatorio que necesita cualquier sociedad.

De ahí la necesidad de pararse a pensar y descubrir las aportaciones y los valores del laicismo en nuestro tiempo. Un laicismo distinto del napoleónico, pero que sin duda es hijo de la Ilustración y la Modernidad que tanto tienen que seguir aportando. Parafraseando a Adela Cortina, la Ilustración es un proyecto que aún no se ha puesto en práctica, en oposición a los pensadores que dicen que es una fase concluida. Pues con el laicismo podemos decir lo mismo, aún no lo hemos contemplado en su desarrollo histórico real, es nuestra tarea.

I. ¿Problema de conceptos?

Desde los inicios de la filosofía, y atravesando el nominalismo medieval, los nombres siempre son motivo de controversia en los debates intelectuales. También expresiones como el laicismo, la laicidad, Estado laico, postura laicista,… por poner unos ejemplos son el centro de discusión para muchos ambientes de opinión en la actualidad. Haciendo un repaso por distintas publicaciones recientes a cerca del laicismo encontramos que según la óptica que se tenga determina la valoración de esta realidad. Pasa con todo juicio, pero es bueno resaltarlo para así constatarlo detenidamente en los textos que queremos analizar.

La palabra “laico” procede precisamente del lenguaje religioso. Derivado del griego laos que significa pueblo, se llamaba así en lenguaje eclesial a los fieles del pueblo, que no pertenecían el clero. En la Edad Media, a los laicos, que no vivían en el claustro sino en el “siglo”, se les denominaba “seglares” y “secularización” era el proceso por el que un sacerdote o monje abandonaba el estado clerical y volvía al “siglo”. De hecho, previa a la noción de laicismo pero como punto de arranque del mismo, está el concepto de secularización. Antes de que se diera un pensamiento y una práctica política que propugnaran una auténtica independencia entre el Estado y las iglesias, hubo de llegar a la comprensión no religiosa del saber, de la justicia, de la política y de la vida toda. La secularización del poder comienza con el enfrentamiento de los emperadores y los papas del medievo, pero no se hace real hasta la Ilustración, cuando los programas de los soberanos no cuentan como requisito con el beneplácito de las autoridades eclesiásticas. Esta comprensión de no religiosa de los diferentes ámbitos de la vida social o secularización, ponía fin, no de una vez ni rápidamente, al régimen de cristiandad que era el que unía en una sola visión religión y sociedad.

Valga como ejemplo de la dificultad para comprender sin mutilar la naturaleza del laicismo la denuncia que hace Jacques Testart [ Fe ciega en el progreso científico Le Monde diplomatique edición española , nº 122 (2006) 26 – 27] de una idolatría dogmática de la ciencia por ser contraria a una auténtica laicidad. En este artículo se nos recuerda la concisa pero decisiva definición que del laicismo tiene el clásico diccionario francés Robert: “el principio de separación de la sociedad civil y la sociedad religiosa , según la cual el Estado no ejerce ningún poder religioso y las Iglesias ningún poder religioso”. Aunque en esta definición ya hay una confusión que está en la raíz de las dificultades para que se haga realidad esa separación: que por muy diferentes que sean la “sociedad” religiosa y la “sociedad” civil, ambas forma una misma sociedad con múltiples vínculos y terrenos en litigio. En cualquier caso, este autor pone de manifiesto que un cientifismo que se considera irrebatible y pretende tener la respuesta para todo es la negación de una sociedad laica que, en última instancia, lo es por ser democrática y opuesta al monopolio de la verdad y el sentido: “aquí y allá, la palabra clave es democracia”. Llama la atención que incluso señale la falta de este verdadero sentido laico en Michel Onfray (el autor del Tratado de ateolología ) por su fe ciega en la ciencia hasta el punto de oponer la verdad de los hechos (como los muertos víctimas de la energía nuclear) al cumplimiento del dogma tecnocientífico de que todo lo que lleve el sello de ciencia es legítimo y necesario.

Lo primero que tenemos que resaltar es la dificultad de entrada que tenemos en España para comprender el laicismo [GARCÍA SANTESMASES, A., La “mala prensa” del laicismo , en Revista Internacional de Filosofía Política , nº 24, Madrid, diciembre 2004, pp. 29-46]. La mala prensa es tal que un término positivo y propositito en cuanto factor de construcción social como es el laicismo, se transforma su valor semántico para convertirse en un ejemplo del ataque del Estado contra las conciencias y las religiones. Se confunde con la supresión del valor de tradición y de religión, como querer empezar de cero sin creencias ni mediaciones simbólicas. Todo un error de partida que imposibilita el diálogo que genera ideas para seguir trazando puentes de entendimiento entre posturas diferentes. En este artículo de Antonio García Santesmases están recogidas las opiniones de Olegario González y Fernando Sebastián sobre la cuestión y podemos observar el recelo que estos dos intelectuales tienen hacia el término y debido al papel crucial que ambos juegan en la Jerarquía de la Iglesia Católica española actual podemos afirmar que los desentendidos y cruces de acusaciones entre la Conferencia Episcopal Española y el Gobierno Español que estamos viviendo en estos dos últimos años nacen sin duda de un recelo y desconfianza ante el Estado laico.

Dentro de los teólogos más abiertos y comprometidos con la justicia social encontramos al jesuita Juan Antonio Estrada [Laicidad y religión en la sociedad española , en Éxodo , nº 80, Madrid, septiembre-octubre 2005, pp.4-14]. Lleva tiempo analizando la realidad social de nuestro país de manera crítica y progresista. Pero desgraciadamente, distingue entre laicista y laicidad para afirmar la parte buena del laicismo (laicidad) en cuanto separación Iglesia-Estado y alejarnos de una vez por todas de la tentación cesaropapista. Y para criticar al estado fundamentalista laicista que según el pervive en el anticlericalismo y anticatolicismo que proviene de la época de la segunda República española. A mi juicio esta distinción es irreal y es mejor solucionar el problema de nombres llamando siempre laicismo a esta tarea emancipadora que separa religiones de los estados políticos para bien de ambos. No quita eso la colaboración, el entendimiento, ya que las religiones no son en sentido literal espirituales, sino que son colectivos de ciudadanos sujetos a derechos y deberes que el estado tiene que velar y exigir.

II. Aportaciones positivas del Estado laico

Sin más preámbulos vamos a analizar las aportaciones positivas que tiene el Estado Moderno Laico. Y para este cometido tenemos que considerar las apreciaciones del famoso informe Stassi [ Informe para el Presidente de la República. Comisión de Reflexión sobre la aplicación del Laicismo en la República (remitido el 11 de diciembre de 2003) en BLAS ZABALETA, P.(coord.), Laicidad, educación y democracia , Biblioteca Nueva, Madrid 2005, pp. 183-240]. En España no tenemos más remedio que mirar al otro lado de los Pirineos para encontrar pistas de reflexión y praxis en torno al laicismo. Este informe aunque desde principio a fin tiene un contexto bien delimitado (la integración de la comunidad musulmana que vive en Francia) hace balance también del laicismo en la historia del modelo republicano francés y así aporta claves interpretativas a otras realidades nacionales, como es nuestro caso. El informe parte de la premisa de que el laicismo es un bien y un valor republicano, que fundamenta incluso la unidad nacional. Desde la Revolución francesa de 1789 se desvinculan las nociones de ciudadano y religioso, es decir para ser persona con derechos civiles no es necesaria la pertenencia a ninguna religión (en aquel momento histórico estar bautizado en la Iglesia Católica). Pero es en 1905 cuando se dicta la ley de separación de Iglesia/Estado que tanto ha caracterizado a la nación francesa. Se transformó una bandera de combate (el laicismo) en un valor republicano compartido ampliamente. En la actualidad el interlocutor que tiene el Estado ya no es la Iglesia Católica sino el Islam. En el mundo secularizado occidental conviven distintos credos y referencias de identidad entre los conciudadanos.

El sentido y la esperanza del laicismo no se reduce a la neutralidad del Estado en materia religiosa ( que ya es un avance importantísimo en una sociedad como la nuestra recién salida del nacional-catolicismo, donde la religión queda instrumentalizada y el poder revestido de lo sagrado) sino que se propugna el laicismo al lado de otros bienes como son el respeto, la tolerancia, las exigencias mínimas para vivir juntos. Obliga al Estado, pero también a los distintos Cultos y las diferentes personas.

Por la parte católica, a la hora de fundamentar su reconocimiento de esta mutua y respetuosa independencia entre el Estado y las confesiones religiosas hay que citar la declaración del concilio Vatiano II Dignitatis humanae . En dicho documento, novedoso para la tradición doctrinal católica que daba por supuesta la exclusividad de la verdad para la fe católica y la consiguiente obligatoriedad de su aceptación para la salvación, se reconoce por fin la libertad religiosa. Sobre la base de que la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad (n. 1) la máxima autoridad doctrinal del catolicismo, un concilio, al tiempo que defiende el derecho de toda persona y comunidad a elegir y profesar sus propias convicciones, señala incluso que la sociedad civil tiene también el derecho a protegerse de los posibles abusos en nombre de dicha libertad, por lo cual las autoridades deben proteger a la sociedad contra los mismos si se dieran (n. 7). Vemos pues que dentro de su propio corpus doctrinal, la Iglesia católica tiene las bases tanto para el reconocimiento de la pluralidad religiosa como para la aceptación de una laicidad civil que defienda la convivencia en libertad.

Pero salvo esas excepciones de autodefensa, no puede haber intervención política en lo religioso, las elecciones espirituales provienen de la libertad personal. Los cultos religiosos y el Estado se benefician mutuamente con la separación de realidades, de esta manera las religiones concentran todas sus fuerzas en su misión espiritual y encuentran la ansiada libertad de expresión profética ante cualquier poder. Por otro lado, lo que sí debe garantizar el Estado es la libertad de conciencia y de juicio. Todos los credos religiosos tienen que poder expresarse libremente, es decir, el laicismo no significa indiferencia ante algún abuso que niegue la libertad religiosa.

Un punto bien definido en su importancia por el informe es la exigencia de la laicidad en la escuela estatal . El Estado es responsable de que los alumnos tengan un conocimiento crítico de las distintas religiones. El currículo de la Enseñanza Obligatoria debe incorporar una información intelectual y crítica del fenómeno religioso. El laicismo en la escuela no solo separa los ámbitos religioso y educativos sino que propone una visión fuerte de ciudadanía que va más allá de la pertenencia a comunidades confesionales o éticas. Este punto resulta difícil de digerir en España, donde el Concordato de la Santa Sede y el Estado Español de 1979 establece una serie de obligaciones estatales para con la Iglesia Católica entre las que se encuentra el deber del Estado de ofrecer la asignatura de religión confesional católica en los centros públicos, impartida por profesores y maestros designados por la Jerarquía católica en cada curso escolar. La solución a los conflictos que esta ley provoca y los que pueda provocar cuando los representantes de otras religiones quieran estar presentes en la escuela pública, pasa por un encuentro y diálogo entre el Estado y las confesiones religiosas distinto al que se lleva en la actualidad. Ahora solo prevalecen los intereses de unos y de otros, a veces, dando la impresión que lo que menos importa es la formación de los alumnos y la situación de los docentes. A mi juicio es el Estado quien debe tener la decisión y el poder para solucionar esta controversia. Desde el laicismo no se puede admitir una escuela estatal confesional, pero tampoco la ignorancia religiosa que estamos experimentando. El desarrollo de una asignatura de Educación para la Ciudadanía es un avance respecto a los mínimos de convivencia que los niños y jóvenes deben conocer y practicar, independientemente de sus ideologías o pertenencias religiosas. Bien es verdad, que es necesario una asignatura sobre el hecho religioso, ya que forma parte de nuestras claves culturares. Y esta asignatura para que sea igual que las demás asignaturas (demanda de los obispos españoles) tiene que depender exclusivamente del Estado y de las Autonomías, desde la elección de los docentes a través de un concurso-oposición y desde la inspección y seguimiento de los programas de centros y aulas. Mi opinión contrasta con la de representantes significativos de la Jerarquía eclesiástica española que hemos estado escuchando a lo largo de todo este año 2006, como es el caso de Monseñor Antonio Cañizares, Cardenal arzobispo de Toledo, que no ha cesado de predicar contra el proyecto de la asignatura Educación para la Ciudadanía*, como si fuera una voz de la oposición parlamentaria y considerando que su postura es la más martiriar y ejemplar de las actuales. Olvidan pronto los Obispos españoles las bases del Estado de Derecho Democrático y que son los representantes elegidos por el pueblo quienes legislan (gobierno) y quienes examinan a los gobernantes (oposición).

* Es aconsejable leer el artículo de opinión titulado Las luces y las sombras de Gregorio Peces Barba publicado por el diario EL PAIS del 22 de agosto de 2006, donde se hace balance de las negativas históricas de la Iglesia Católica hacia la Ilustración.

Acaba el informe con una exhortación: vivir juntos exige la vigencia del laicismo. Francia se encuentra cambiada en un siglo por la llegada de inmigrantes. Es crucial la integración de estos nuevos ciudadanos, es necesaria la imaginación social para no excluir y generar marginación xenofobia. La escuela sigue siendo el mejor instrumento para transformar la sociedad. En ella debe haber cabida para las diferencias de otras culturas y religiones. Desde los calendarios de festividades, hasta los menús escolares,… no se puede rechazar lo diferente. Esto significa otra manera de leer el laicismo, no como negación de todo lo religioso, sino como la puerta al pluralismo y diversidad propios de nuestra cultura contemporánea.

III. Dificultades por parte de los clericales y anticlericales

Esta mirada a Francia nos propicia no solo datos interpretativos de nuestra realidad española, sino que nos previene del nuevo panorama social y escolar que nos llega. Sin duda la inmigración nos exige cambios sociales, y cuanto más tarde se realicen peor serán las consecuencias. Volviendo a nuestro trabajo sobre el estado del debate sobre el laicismo en nuestro país, constatamos una controversia abierta y sin tapujos entre los medios y entornos clericales (que no son toda la Iglesia) y los anticlericales que ignoran el papel mediador de las religiones en la solución de conflictos. Bien es verdad que a veces están en la fuente de los conflictos (como tantas veces critica José Saramago en sus artículos sobre Dios y las religiones) pero no podemos reducir las causas del mal, como una guerra, al factor “Dios”, sería ingenuo, manipulador y nefasto para la paz.

Es necesario analizar críticamente las intervenciones de parte del episcopado español, o mejor dicho del núcleo duro y conservador del mismo: Antonio Cañizares y Antonio María Rouco, que no cesar de publicar [España y la Iglesia Católica, Planeta, Barcelona 2006] y opinar en distintos medios de comunicación sobre asuntos que atañen al laicismo en España. No haré un análisis pormenorizado, tan solo comentaré algunas de sus intervenciones para situar bien este nuevo aire neoconservador que paraliza cualquier acercamiento de posturas distanciadas ya por el pasado reciente español y que aíslan aún más si cabe las posibilidades evangelizadoras de la iglesia católica ante los nuevos retos de nuestro tiempo.

En la pasada reunión extraordinaria de junio de 2006 de la Asamblea de la Conferencia Episcopal Española se debatió un documento sobre la unidad de España que al final tuvo que ser sustituido por un comunicado consensuado con todos los obispos. El documento parece ser que contenía altos niveles de patriotismo que poco tienen que ver con la misión eclesial de aunar sentimientos en estos tiempos en los que los nacionalismos catalanes, vascos y gallegos son tan utilizados por todos los sectores políticos. Esto no es nuevo en el episcopado español como podemos ver en los anales de nuestra historia del siglo XX, y en textos publicados recientemente por Antonio María Rouco Varela lo podemos leer con claridad. Esta corriente conservadora tiene de sí una idea de España y del papel de la Iglesia que no podemos dudar en calificar de nacionalcatolicismo. Se hace una lectura interesada de los principales hitos en nuestra historia, como por ejemplo la época de los Reyes Católicos, donde cada cierto tiempo encontramos el deseo y anhelo de canonizar a la Reina Isabel de Castilla, lo que supondría el fin del diálogo con la comunidad judía sefardí que tuvo que marcharse por decreto real. También el papel de Felipe II como profundo creyente, según opina el arzobispo de Madrid, que no conciliaba bien el sueño por la conciencia de no salvar las almas de sus súbditos. Estas ideas bien o malintencionadas suponen una ruptura no digo con muchos historiadores sino con muchas personas creyentes o no que no comparten ninguno de esos relatos. La revista del arzobispado de Madrid, Alfa y Omega , con ocasión del 75 aniversario de la proclamación de la Segunda República, publica [ ALFA Y OMEGA, nº 502, 8 junio de 2006, Madrid ] a destacados y expertos politólogos que analizan la situación de los católicos en esta etapa. Don Rafael Navarro Valls, catedrático de la Universidad Complutense, analiza el origen del anticlericalismo español. Don Alberto de la Hera, también catedrático en la misma Universidad, aporta unas interesantes pinceladas sobre la falta de democracia en el período republicano. Don Ángel López-Sidro, profesor de Derecho Eclesiástico en la Universidad de Jaén, valora la presencia del laicismo en la Constitución republicana. Don José Luís González Gullón, realiza un repaso a la situación religiosa vivida entre los años 1931 y 1936. Estos escritos eran publicados como antesala de la reunión de los obispos españoles, que al final debido a las discrepancias en el seno de la Conferencia Episcopal optaron por un comunicado más conciliador.

No podemos olvidar el marco de la Iglesia Católica Universal que a finales del siglo XX dirigió Juan Pablo II y que en los albores del nuevo milenio encabeza Benedicto XVI, que era el intelectual de más prestigio y valía del anterior pontificado. Se ha escrito mucho y más que se escribirá sobre esta época del post Concilio Vaticano II, pero refiriéndonos al laicismo diremos que el Papa polaco no podía entender los deseos de la Modernidad ilustrada al provenir de la experiencia de persecución estalinista en su país natal, y al culpar al marxismo y a la razón ilustrada de todas las barbaries del siglo pasado. El Papa actual lejos de esta visión también ha estado cerca de muchos puntos de opinión. No podemos olvidar su papel como Director del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (antiguamente llamado santo Oficio o Inquisición) donde encabezó la línea más reaccionaria de la Iglesia al juzgar y desprestigiar a la Teología de la Liberación Latinoamericana. En la actualidad podemos escucharle muchas veces sus opiniones sobre Europa y el Cristianismo [ PERA, M. y RATZINGER, J., Sin raíces , Península, Barcelona 2006 ] donde reflexiona sobre la idea de Europa y su vinculación con la fe cristiana. No solo desde la arqueología de los acontecimientos sino desde la ideología que justifica. Llevando al lector a la conclusión de la dificultad de Europa sin cristianismo.

Volviendo a nuestro país, es necesario eludir a la labor de Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero electo desde marzo de 2004 y que sus políticas sobre derechos civiles bien explicadas en una larga y razonada entrevista han originado controversias varias con algunos dirigentes de la Iglesia española [ FLORES D'ARCAIS, P. y RODRÍGUEZ ZAPATERO, J.L., Claves de razón práctica nº 161, Madrid, Abril de 2006 ]. El debate sobre matrimonio de personas del mismo sexo, la regulación de la eutanasia… son ejemplos de estos conflictos entre Iglesia y Estado. Por otro lado, otros católicos aunque minoritarios han apoyado estas vías de tolerancia y de moral renovada que se legisla con el apoyo de la mayoría parlamentaria y que demandan más riesgos al gobierno a la hora de apostar por políticas sociales hacia los inmigrantes, jóvenes, medio ambiente,… En los medios de comunicación más oficiales de la conferencia Episcopal como son la COPE y no han cesado su ira contra el presidente Zapatero. En un artículo ECCLESIA de María Teresa Compte Grau [ La verdad os hará libres , Revista ECCLESIA nº 3.308, Madrid, 6 de mayo de 2006 ] la autora debate abiertamente la entrevista citada anteriormente desde la noción del derecho natural oponiéndola a la ley positiva, en este caso la de los gobernantes españoles. Para ella las políticas de Zapatero no pueden estar por encima de la “primacía de la conciencia, la libertad y la dignidad humana”. Habría que contestarle que por supuesto que no, y esperemos que estos no sean sus deseos más profundos, es más el reconocimiento de los derechos de las minorías es siempre un triunfo de la dignidad de toda la humanidad, y un triunfo de los valores transformadores del Evangelio.

IV. Un mundo sin religiones o paz entre religiones

La canción Imagine de John Lennon nos animaba a que nos imagináramos un mundo sin religiones, para muchos, ésta sería la solución a muchos conflictos. Pero la realidad nos trae al pensamiento lo que nos debe ocupar, y la realidad de la humanidad está influenciada por las religiones.

Algo que a menudo se nos escapa a los occidentales es lo que ha constatado el francés Marcel Gauchet [ El desencantamiento del mundo , Trotta, Madrid, 2005]. En un análisis exhaustivo y arqueológico de las sociedades y culturas a lo largo del tiempo ha escrito una historia política de la religión, es decir desde la sociología moderna ha estudiado el papel político de las religiones. Y esto es fundamental para él: el cristianismo es la Religión de salida de la Religión. ¿Qué significa esto de salida? Que es la única civilización, la occidental, con la característica de la secularización, es decir, con el debilitamiento de los poderes religiosos a favor de los civiles. Esta realidad que comienza con el judeo-cristianismo y su concepción desencantada del mundo y acaba con los procesos emancipatorios de la Ilustración donde vemos visiblemente eso de la salida no es factor común en las sociedades, más aún, es la excepción a la regla de las religiones políticas.

La dinámica de la Encarnación de Dios, misterio central del cristianismo, introduce un elemento crucial para nuestra reflexión. Llega el punto en que divinización y humanización se confunden, donde la religión se manifiesta como camino de humanidad. Esto supone aceptar no sólo el laicismo como liberación de toda tentación legitimadora del poder desde lo divino, sino también recibir las aportaciones de la religión para el desarrollo humano. Las religiones no solo aspiran a tener un local de culto sino que auténticamente quieren la liberación o salvación de todo. Esto no debería suponer una intromisión sino una aportación, bien es verdad que tiene que ser vigilada por otros entes para no sobrepasar sus límites autoimpuestos.

Por otro lado, dentro de las aportaciones y posibilidades positivas de la religión encontramos la propuesta de Hans Küng [ Proyecto de una ética mundial , Trotta, Madrid, 2000] sobre la paz mundial y el diálogo entre las distintas religiones. Como teólogo afamado merecidamente, no podemos desconsiderar esta idea, tan relacionada con la alianza de civilizaciones de Zapatero. El choque entre mundos sabemos bien donde nos puede conducir, sin embargo la paz entre mundos como son las religiones nos puede resultar esperanzador. Las dificultades son muchas, los lenguajes, las tradiciones, las costumbres son incluso a veces opuestas. Pero las entrañas de las religiones sin duda nos posibilitan caminos nuevos, como la mística y el pacifismo, el bien común y el cuidado de la naturaleza, etc.… El pensador suizo se sitúa en la corriente iniciada en el Vaticano II en la declaración Nostrae Aetatae , donde se ponen cimientos para un diálogo sincero entre las confesiones cristianas (ecumenismo) y entre otras religiones y el cristianismo. Gestos como la oración por la paz de Asís de 1986, y los sucesivos encuentros en este sentido hicieron a Juan Pablo II un trabajador por la paz y entendimiento entre religiones, lo que le supusieron largas y tediosas críticas por parte del sector más conservador e involucionista del catolicismo.

Recientemente ha surgido el conflicto entre el catolicismo y el Islam por un discurso pronunciado por Benedicto XVI en Alemania en día 12 de septiembre de 2006. En un párrafo sobre su disertación sobre el diálogo entre razón y fe en Occidente cita a un emperador bizantino del siglo XIV que ve violencia en el Islam. Esto no sólo ha supuesto la contestación más airada de todas las comunidades musulmanas del mundo (que recuerdan la polémica y la violencia a partir de unas caricaturas sobre Mahoma que publicó un diario danés) sino también la crítica de más de un medio de comunicación occidental como es el caso de la editorial de EL PAÍS del 16 de septiembre de 2006 donde se analiza el caso desde la poca visión política del pontífice, y se evita el pronunciamiento a favor de la libertad de expresión y de crítica. Citar la guerra santa y denostarla no es un ataque al Islam, sino hacia una lectura del mismo. Bien es verdad que no es cuestión de echar leña al fuego del fanatismo, pero nuestra civilización que ha atravesado tiempos también violentos justificados desde ideas religiosas debe apresurarse en deslegitimar estas opiniones y reacciones.

Conclusiones

Difícil tarea la de concluir este tema tan actual y tan lleno de experiencias emocionales y también irracionales. La única vía es el diálogo y el intercambio de vivencias, no hay más. Y el cristianismo está posibilitado para la convivencia con el laicismo [ESTRADA, J. A., El cristianismo en una sociedad laica , Desclée de Brouwer, Bilbao 2006] como hemos dicho anteriormente. Una de las salidas al conflicto entre civilizaciones es la tarea de interpretar tu propia tradición o cultura. Esto que en Occidente llamamos como Ilustración ha de ser comunicada al resto de pueblos, digo comunicada y no impuesta, como se intenta hacer a nivel político con la democracia en Irak por poner un ejemplo. Con armas y violencia conseguiremos lo contrario de lo que nos gustaría.

Por otra parte, no nos vendrá mal para defender la raíz ilustrada de la laicidad recordar que ésta no puede confundirse ni con la intolerancia ni con la absolutización de otros sistemas ideológicos, como el cientificismo, el liberalismo económico o la insolidaridad consumista. El carácter democrático que alienta todo proyecto que se llame verdaderamente ilustrado, deberá prevalecer sobre el mero racionalismo, y reconocer la posibilidad y legitimidad de sistemas simbólicos como las religiones como verdadera manifestación de ese politeísmo axiológico que puede reconciliar el programa de la ilustración con las reivindicaciones críticas hechas desde sus propias contradicciones internas, aquello que Adorno y Horkheimer llamaran “la dialéctica de la ilustración”.

En España el catolicismo y sobre todo su Jerarquía deben orientar sus fuerzas por otro camino. Las añoranzas de otros tiempos pretéritos son nefastas y estériles para ser significativos en nuestros días. Difícilmente se darán estos cambios cuando todo son negaciones, ataques, reproches, manifestaciones… Otra vez hemos de volver a la época del Cardenal Tarancón que bien supo conciliar lo que en principio parecía imposible en nuestra sociedad española.

Solo queda el reconocimiento de la tarea intelectual para la resolución de problemas y para la búsqueda de futuro sin excluidos ni vencedores. Cualquier análisis racional puede ser clave para un entendimiento y un desenmascaramiento de voluntad de poder que anula lo diferente e impide cualquier pluralismo.

 
 
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