Todo es una perla brillante, incluso el antro del demonio de la montaña negra
(Dogén)
 
 
 

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Enciclopedia teológica

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Los cátaros
Fco. Javier Avilés

En 1167, en el castillo de Saint-Félix de Caraman (en Occitania, a cuarenta kilómetros de Tolosa), una multitud de hombres y mujeres son bautizados según el dogma cátaro (del griego, significa “puro”). El papa de los cátaros, Niketas, venido desde Constantinopla, ordena también seis obispos, se delimitan las diócesis, se aclara la doctrina (Satanás es un ser divino opuesto al Dios bueno). Se trata de la puesta en pie de toda una iglesia contra la Iglesia de Roma. Los orígenes de este movimiento son variados. Hay que remontarse a oriente, al maniqueísmo y otras formas de dualismo. Pero también hay que tener en cuenta la filosofía de Platón, con su división entre el mundo de las ideas y el de la materia. El platonismo habría sido transmitido por el filtro del Pseudo Dionisio, traducido y divulgado a su vez, por Escoto Eriúgena. Más cerca en el tiempo y el espacio tenemos el precedente de los Bogomilos (s. X), herejía situada en Bulgaria y coincidente con el catarismo tanto en su planteamiento dualista como en su oposición a la Iglesia establecida. A todo ello debemos añadir que el llamado renacimiento carolingio, el esfuerzo por elevar el nivel cultural del imperio durante el s. IX, había creado centros de pensamiento, sin los cuales no aparece la discrepancia a lo establecido.

Durante el s. XI, favorecido por los cambios económicos y sociales del año 1000, vemos un movimiento de eremitas y predicadores ambulantes que demandan un cristianismo más auténtico. Los mismos papas, especialmente Gregorio VII, apoyarán en parte estas demandas para impulsar la reforma de la Iglesia. Pero también era parte de esta reforma la lucha contra el poder secular; el emperador, los reyes y nobles, que competían con el poder de la Iglesia. Esta vertiente política de le reforma gregoriana, además de fortalecer el lugar de la Iglesia en la sociedad medieval, produjo un mayor distanciamiento entre los clérigos y los laicos, entre el claustro y el siglo. Y es en este abismo social y doctrinal entre el mundo religioso y la vida popular, trabajadora, rural o burguesa, donde aparece la necesidad de una predicación más acomodada a las condiciones de vida de la gente sencilla. Surgen los primeros conatos de herejía, y en ellos veremos los mismos temas que, más tarde, darán contenido en parte a la Reforma protestante: la crítica del culto y del clero, el cuestionamiento de los impuestos religiosos (los diezmos) y de los sacramentos, el desprecio por quienes administraban los sacramentos sin explicarlos ni vivirlos.

Las cruzadas permitieron el contacto con el origen remoto de la nueva iglesia, la formada por los puros o perfectos. Algunos cruzados y comerciantes trajeron estas ideas a Bulgaria, Alemania, Italia y, sobre todo, a Francia. En este último país se hizo fuerte en Occitania, partiendo desde Albi (de ahí su otro nombre: Albigense) y extendiéndose por los valles y montañas, sobre todo en el Lauregais. Sus adeptos provienen de todas las clases, tienen a gala el trabajo manual y, sin embargo, también son apoyados por los nobles. Dan importancia a las mujeres, cuyas casas de acogida desempeñan una importante labor de expansión de las nuevas doctrinas.

Inocencio III en 1208 promulga la cruzada contra los cátaros o albigenses. El papa compara la herejía con la peste y promete indulgencias a quienes combatan al Diablo en su nueva manifestación. Será una guerra civil: el Norte contra el Sur, los del campo contra la ciudad, los pobres contra las clases que se han aprovechado de la usura. A la matanza de Béziers en 1209 le seguirán otras ciudades y villas hasta la victoria de los cruzados y las consiguientes hogueras para los herejes. Pero la guerra no ha terminado. Los cátaros se dispersan, pasan de las ciudades al campo y aglutinan el odio de los lugareños ante la presencia de extranjeros atraídos por la cruzada. A partir de 1218, surge una nueva alianza entre los nobles y con el pueblo, lo cual supone la victoria occitana (ahora los acuchillados son los francos) y el regreso de los cátaros. El papa, ahora Honorio III, consigue que sea el rey de Francia quien tome cartas en el asunto, así lo hará, con la condición de ser el único comandante y beneficiario de las victorias (el condado de Tolosa). En 1245 cae Montsegur y son quemados doscientos cátaros. En 1255 capitula el último foco cátaro: el castillo de Quéribus, en las Corbières.

La herejía fue un desafío a la Iglesia católica. Su origen estaba en parte en una carencia de la Iglesia católica. La formación catequética no se adaptaba a los problemas cotidianos del pueblo. Los laicos veían su fe perdida entre el ideal monástico, reservado solo a unos pocos, y el funcionariado clerical, poco convencido de su misión religiosa y más de sus lugar social y económico. En prueba de ello, tenemos que sea esta la época en la que nacen las órdenes dominica y franciscana, dos intentos de acercar la fe viva al pueblo. Y así lo reconocerá también el concilio de Letrán invitando a los obispos a visitar las diócesis, instando a los párrocos a ocuparse de la vida religiosa de sus fieles. El catarismo cobra así el rostro de una necesidad religiosa que encontró una dura respuesta: la negativa a reconocer los errores y el rechazo de formas plurales y libres de vivir la religión, aún dentro de la fe cristiana. Una lección contra el clericalismo y la intolerancia que todavía puede sernos útiles para vivir en paz y hacer de la religión una experiencia de encuentro y convivencia en lugar de causa de exclusión y violencia.

Bibliografía:
PAUL LABAL, Los cátaros: herejía y crisis social, Grijalbo-Mondadori, Barcelona 1984.

 
 
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