La Iglesia sólo es Iglesia cuando sirve a los demás.
(Dietrich Bonhoeffer)
 
 
 

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KARL RAHNER

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(1904 - 1984)

SOBRE LA INEFABILIDAD DE DIOS. EXPERIENCIAS DE UN TEÓLOGO CATÓLICO.

Extractos del último discurso de Karl Rahner, 1984 (Herder, Barcelona 2005)

I. La inefabilidad de Dios.

La primera experiencia de la que quiero hablar es la experiencia de que todos los enunciados teológicos, aunque en forma muy diversa y grados distintos, son análogos. A mí me interesa algo que pertenece a la esencia de la analogía y que con demasiada frecuencia se olvida o ni siquiera se tiene en cuenta en un caso concreto, y es la retirada de la predicación de un contenido conceptual al mismo tiempo que se predica ese contenido. No podemos callar acerca de Dios. Pero, en este hablar, olvidamos en la mayoría de los casos que semejante predicación se puede formular tan sólo en forma legítima acerca de Dios, cuando constantemente la retiramos a la vez, cuando mantenemos la inquietante suspensión entre el “sí” y el “no” como el verdadero punto firme de nuestro conocimiento y de esta manera dejamos siempre que nuestros enunciados caigan en la silenciosa inefabilidad de Dios. Si se realizara de manera verdaderamente radical el principio teológico al que nos referimos con ese axioma fundamental, tendría que quedar claro para el oyente de esos enunciados teológicos cuán enormes son las dimensiones de la realidad divina y de la realidad creada que no quedan llenas por el contenido de tales enunciados, sino que permanecen mudamente vacías.

II. El centro de la fe cristiana.

Claro está que se puede afirmar, y con razón, que ese centro es Jesús de Nazaret, el Crucificado y el Resucitado, por quien nosotros nos llamamos cristianos. Pero aunque esto es verdad y resulta muy útil, hay que decir además por qué y cómo ese Jesús es aquel y sólo aquel de quien uno puede fiarse en la vida y en la muerte. Si esta respuesta no fuera la confesión de que la genuina autocomunicación del Dios infinito, por encima de toda la realidad de las criaturas y del don finito de Dios, es lo que por medio de Jesús, y por medio de él solo, se nos promete, se nos ofrece y se nos garantiza, entonces la realidad de Jesús, permanecería dentro de lo finito y lo contingente, podría fundamentar quizás una religión, quizás la mejor, precisamente la religión jesuánica, pero no la religión absoluta, destinada con seriedad para todos los hombres. Por eso, el genuino y único centro del Cristianismo y de su mensaje es para mí la real autocomunicación de Dios –en su más genuina realidad y magnificencia- a la criatura; es la confesión de fe en la verdad sumamente improbable de que Dios, con su infinita realidad y magnificencia, santidad, libertad y amor, pueda llegar realmente, sin reducción, hasta nosotros mismos en la creaturidad de nuestra existencia, y de que todo lo demás que el Cristianismo ofrece o exige de nosotros, en comparación con eso, es únicamente provisionalidad o consecuencia secundaria.

III. La pluralidad de la teología hoy.

Pero ¿dónde existen en el mundo filosofía y una teología sistemáticas, a las que no se pueda hacer sospechosas de eclecticismo, porque sean de diferentes procedencias las fuentes de inspiración que pueden verse en ellas? ¿Y qué otra manera habría de cultivar la teología actualmente, si no es mediante la confrontación lo más amplia posible y el diálogo lo más amplio posible con toda la multitud, hoy día enormemente diferenciada, de las ciencias antropológicas?

IV. La teología y las demás ciencias.

Si yo como teólogo, no pregunto propiamente acerca de Dios por medio de un concepto abstracto, sino que quiero llegar hasta Él mismo, no debería carecer de interés para mí nada de aquello por medio de lo cual Dios se ha revelado como el Creador del mundo, como el Señor de la historia. Pero de todo lo que me gustaría saber acerca de ello, no sé casi nada; todas las experiencias humanas en todas las ciencias, las artes y los acontecimientos históricos hablan para el teólogo acerca de Dios, y el propio teólogo apenas sabe nada de esas experiencias. Y así, me siento desautorizado como teólogo. La pálida abstracción y el vacío de mis conceptos teológicos acuden de manera estremecedora a la conciencia. ¿No le estremece a uno el sonido de la predicación moral de la Iglesia por su terminante claridad y su inmutabilidad, que en la esencia humana misma no es, ni mucho menos, tan fácil de encontrar? El teólogo, en esa situación, ha de ser prudente y modesto. Claro está que, a pesar de todo, ha de tener el valor de dirigir su mensaje y de mantener firmemente su convicción. Cuando el teólogo tiene esas amargas experiencias de su no-saber, si las aceptara con valor y espontaneidad, podría servir de ejemplo y de impulso a los demás científicos a fin de que ellos cultivaran sus ciencias desde la misma actitud de modestia y autolimitación, de tal manera que las tensiones entre las ciencias no sólo no se eliminaran, sino que además, al ser confesadas, llegaran incluso a agudizarse; pero que el inevitable conflicto de las ciencias entre sí y con la teología se vea envuelto por aquella paz que puede reinar entre todos aquellos que, cada uno a su manera, presienten y experimentan el misterio al que denominamos Dios.

V. La expectación de lo que viene.

Cuando nosotros como cristianos, confesamos nuestra fe en la vida eterna que se nos va a conceder, esa expectación de lo que viene nos resulta, al principio, nada especialmente extraño. En efecto, se habla habitualmente con un apasionamiento un tanto patético acerca de la esperanza de la vida eterna. A mí me parecía que los esquemas de ideas con los que se trata de interpretar lo que es la vida eterna se ajustan poco en la mayoría de los casos a aquella cesura radical que viene dada con la muerte. Me temo que la radical incomprensiblidad de lo que se entiende realmente por vida eterna se minimiza y que lo que nosotros llamamos visión inmediata de Dios en esa vida eterna se reduce a un gozoso disfrute junto a otros que llenan esta vida; la indecible enormidad de que la divinidad absoluta descienda pura y simplemente a nuestra estrecha creaturidad no se percibe auténticamente. Me parece que es una atormentadora tarea no dominada del teólogo de hoy el descubrir un mejor modelo de representación de esa vida eterna, un modelo que excluya desde un principio esas minimizaciones.

 
 
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