Los evangelios apócrifos y el Cristo gnóstico
Fco. Javier Avilés Jiménez
De las cenizas de los libros quemados en las hogueras de la intolerancia, siempre renace un rescoldo que pide justicia para tamaña ignorancia y falta de libertad. La persecución que redujo a la condición de ocultos (que es lo que quiere decir apócrifos) a los evangelios no canónicos, se ha cobrado su precio en forma de permanente sospecha sobre la legitimidad y objetividad de los cuatro evangelios recogidos en el Nuevo Testamento (Mateo, Marcos, Lucas y Juan).
El hallazgo de Naj Hammadi en 1945 (una vasija con 52 textos en papiros y códices), permitió recuperar parte de la literatura apócrifa de los orígenes del cristianismo. Como los libros del Antiguo Testamento, también los del Nuevo Testamento cuentan con sus versiones paralelas, tanto de los evangelios, como de las cartas, los hechos y el Apocalipsis. Pero los que más despiertan el interés de los estudiosos y de la opinión general son los Evangelios Apócrifos. Los más importantes son: el Evangelio de Tomás, s. II-III, ciento catorce afirmaciones atribuidas a Jesús; Protoevangelio de Santiago, (s. II), informa sobre la vida de María; Evangelio de Pedro (150 d. De C.), detalles sobre la muerte y resurrección de Jesús; Evangelio de la Verdad, (140-180 d. De C.), relacionado con la escuela gnóstica de Valentín, contiene relatos sobre la vida y predicación de Jesús, su muerte y resurrección; Evangelio de Tomás el atleta, primera mitad del s. III, es un diálogo entre Jesús resucitado y un judío llamado Tomás, que se presenta como hermano gemelo de Jesús, y al que éste, le comunica revelaciones secretas; Evangelio de Felipe, segunda mitad del s. III, relata dichos y hechos de Jesús, así como información sobre los sacramentos entre los gnósticos valentinianos; Evangelio del pseudo-Tomás, finales del s. II, infancia de Jesús; Evangelios de los Egipcios I y II, sistema gnóstico con mitología egipcia. Y otros muchos fragmentarios, entre ellos, no de María (Magdalena).
En líneas generales, se puede afirmar que estos evangelios reinterpretan la tradición recogida por los evangelios canónicos u oficiales de la Iglesia: coinciden con ellos en muchos aspectos y son posteriores. Ello no obsta para que también se reconozca la presencia en algunos de ellos (especialmente los más antiguos) de tradiciones orales primitiva, probablemente auténticas, incluso anteriores a los evangelios canónicos. Nada permite concederles mayor crédito histórico que a los evangelios del Nuevo Testamento. Pero sí que se puede reconocer a través de ellos dos hechos: que muy pronto la figura y el mensaje de Jesús fueron interpretados de diversas maneras; que también muy pronto, se impuso con fuerza no exenta de intolerancia la visión de una interpretación oficial, la que se autodenominó ortodoxia.
Los rasgos de Jesús que presentan la mayoría de los Evangelios apócrifos, junto con otros textos de la tradición extracanónica, coinciden con las doctrinas del gnosticismo. Este movimiento pertenece a una corriente que enlaza con toda una visión de la realidad humana, cósmica y religiosa. Anterior al Cristianismo, lo recorre de modo subterráneo para emerger en diferentes momentos de su historia. Sobre todo destacan la idea de que Jesús es un maestro o guía espiritual que ayuda a que cada uno encuentre dentro de sí mismo la verdad, le revelación personal de Dios. A consecuencia de la primacía del aspecto personal de la fe, se relativiza la jerarquía eclesial: por encima está la iluminación personal. Además de este matiz antiinstitucional, el gnosticismo chocó con la Iglesia en su visión negativa de la realidad natural y su consecuente propuesta de despreciar dicha realidad, así como en su configuración elitista o excluyente, frente al universalismo que proclamaba la Iglesia. Por otro lado, el Cristo gnóstico es presentado a veces, como un ser espiritual que no padece realmente, sino sólo en su envoltorio humano. Tampoco resucitaría corpóreamente.
Hay puntos especialmente relevantes del gnosticismo por su novedad respecto al cristianismo ortodoxo o eclesial. Por ejemplo, cuanto se refiere a la dimensión femenina de Dios. Aunque la mayoría de ellos no escapan a la tradición judeocristiana que usa términos masculinos para referirse a Dios, hay textos apócrifos que recogen un simbolismo sexual ambivalente. Vemos una triple forma de mostrar la feminidad de Dios, de hablar de la Madre Divina. Por un lado está la concepción de Dios como masculino-femenino, en un dualismo creativo al estilo del yin y el yang. Valentín hablaba de Dios como silencio y madre. Una segunda forma radica en concebir al Espíritu Santo como principio femenino y maternal de la Trinidad (Apocrifón de Juan, Evangelio de los hebreos, Evangelio de Tomás, Evangelio de Felipe). En tercer lugar tenemos la atribución de esta feminidad divina a la sabiduría como co-creadora. También está el papel otorgado a María Magdalena como compañera de Jesús y discípula especial, conocedora de revelaciones secretas. A pesar de que el gnosticismo negara toda visión positiva de la sexualidad, no se opone contra la mujer en particular, frente a la progresiva separación de sexos que vivió el cristianismo después de haber nacido con un signo más integrador e igualitario.
BIBLIOGRAFÍA:
FITZMYER, J.A., Catecismo cristológico. Respuestas del Nuevo testamento, Sígueme, Salamanca 1997, 23-25;
PAGELS, E. Los Evangelios gnósticos, Grijalbo-Mondadori, Barcelona 1982
|