Nietzsche y el Anticristo
Fco. Javier Avilés Jiménez
La figura del Anticristo pertenece a la tradición cristiana por herencia de la apocalíptica (apocalipsis = revelación). La apocalíptica judía interpretaba la historia como un combate entre la voluntad de Dios y la de los poderosos (sólo un libro de este género entró en el canon bíblico, el de Daniel). El libro cristiano del Apocalipsis, ve en Roma a la bestia que se opone a los planes de Dios. La Iglesia naciente perseguida, como una mujer en cinta, es portadora de un posibilidad de salvación: el evangelio. En este escenario bélico, donde se enfrentan las fuerzas de la luz contra las tinieblas, la figura del Anticristo es la personificación de todo el poder contrario a la propuesta de Dios, el emperador, tal vez Nerón o Domiciano. Pero, en cualquier caso, el Anticristo es presentado como una forma de aludir a la suplantación por parte del hombre del poder y juicio de Dios (2 Tes 2,4); por eso se afirma que han habido muchos anticristos y que el peor está dentro de la misma comunidad cristiana: el que niega que en el hombre Jesús se manifiesta la divinidad del Hijo (1 Jn 2, 18).
Nietzsche, además de escribir una obra titulada El Anticristo (1888), hizo de toda su obra una dedicada tarea de desmontaje (deconstrucción es el término técnico) del fundamento cristiano de nuestra cultura occidental. Y no se refiere sólo a una idea general, sino a su obra personal como la auténtica alternativa a los desmanes y equívocos del cristianismo, y así, elabora la Gaya ciencia como una contrapropuesta al mensaje evangélico; da a Así habló Zaratustra la forma de un evangelio (el quinto evangelio decía Nietzsche); se refiere a su origen como una revelación y a sí mismo como Ecce homo.
Para Nietzsche hay que distinguir entre el cristianismo y Jesús, que sería el único cristiano. El primero, con la Iglesia como forma de perpetuarse, sería nefasto e incluso traidor a aquél de quien toma el nombre: Cristo. Para el personaje Jesús, guarda Nietzsche la más sincera de sus consideraciones: su actualidad será siempre permanen-te; su buena nueva trata de un hacer, no de un creer; ser de un modo distinto. En definitiva, es uno de los personajes que más se han acerca-do a la gaya ciencia, el alegre saber de la vida. Pero si el cristianismo ha podido falsearse de tal modo respecto a sus orígenes, se debe a algo más que cuestiones contex-tuales (predominio del judaísmo) o históricas (triunfo del imperio). En el mismo Jesús está la clave de que el cristianismo sea una de las causas de la decadencia de lo humano. Jesús, que en principio da un sí a la vida, que abre al sujeto a la verdad de su propio destino como hombre (el Reino de los cielos está dentro del hombre como superación de la resistencia ante la vida, como aceptación de lo que la misma vida es, de la única realidad que existe), no se atreve a dar el no que todo sí exige: el no a la debilidad, el no a la autocompasión. Al final, como denuncia Zaratustra, también Jesús es demasiado humano, poco valiente. Este fracaso de Jesús, que culmina con su muerte, se debe a que Jesús no ha tenido en cuenta la mala con-ciencia. El hombre no puede vivir sin tener algo a lo que agarrar-se. Por eso se niega a aceptar la realidad. La falta de realismo de Jesús le impidió ver las consecuencias que su mensaje iba a desencadenar. Para Nietzsche Jesús no se atreve a asumir el significado de su propio mensaje.
Nietzsche se propuso realizar una seria demolición del cristianismo desde sus propios fundamentos, en su relación con la raíz: Jesús. Su apelación al Anticristo, reside en proponer un alternativa que el llamó Diónisos: el sí auténtico a la vida, un sí que se conquista continuamente. Para Nietzsche aquí se encuentra la verdadera religión.
No se puede entender a Nietzsche sin su reflexión sobre Cristo y el cristianismo. Pero también es verdad que en el seguimiento creyente de Jesús de Nazaret, Nietzsche ayuda a desenmascarar tergiversaciones y perversiones de la vida y mensaje del galileo. Con Nietzsche hemos podido recuperar mejor el sentido vitalista que tiene la Buena Nueva. Pero, por más que le rechine a Nietzsche (lo mismo le ocurre a Mahoma y a los budistas), el sufrimiento aceptado del crucificado, forma parte de ese vitalismo de Cristo, porque se basa en la confianza de que la solidaridad, el amor cuando se convierte en compromiso, ensancha los límites de la vida y dan permanencia a esa aurora afirmativa que Nietzsche supo apreciar en el de Nazaret. Pero tampoco nos extrañe tanto ese rechazo de la dimensión sufriente de la vida de Cristo: ¿Por qué llamó Jesús a Pedro Satanás (anticristo)? La respuesta en Mc 8,21-38. |